lunes, 5 de noviembre de 2007

De la mitología al suicidio

Aitor, como todos los niños, era un poeta. Además, llevaba el nombre del primer hombre vasco, casi contemporáneo de Adán, lo cual le confería un aura mitológica. Quizás esa fuera la razón por la que nos fascinaban tanto sus originales respuestas. Éstas, le daban un nuevo sentido a las clásicas preguntas que hacemos. Nadie sabía lo que Aitor querría ser de mayor, pero todos teníamos claro que lo que no quería era ser gente. Sin embargo, de entre sus respuestas, nunca me olvidaría de aquélla: "¿Y ya tienes novia? Sí, se llama Circe, aquí está." Lo fantástico del asunto no era que hubiera inventado una amiga-novia imaginaria, sino a quién había inventado. ¿De donde había sacado ese mocoso ese nombre? Según él, Ulises, al retornar en busca de Penélope a Ítaca, dejó olvidada a Circe en la isla de Ea y así fue que se conocieron.

Casi siempre, al recordar la Odisea, me venía Aitor a la mente, hermano pequeño de Enaut. Esta vez estaba jugando Backgammon con una amiga, hablando de literatura, de novelas de aventuras, del Antiguo Testamento concretamente y, por supuesto, no se sabe cómo, Cíclope vino a la conversación: "Y cuando te pregunten quién te ha dejado ciego, responderás que fue Ulises, hijo de Laertes, y rey de Ítaca". La partida continuó, almorazamos, reimos, discutimos. Pensamos en quiénes éramos, en el misterio de la vida. Hablamos de ser padres, de responsabilidades, de miedos. Callamos las ilusiones y los mutuos recelos y, como no podía ser de otra forma, apareció Nazim Hikmet mencionado: "Hay hombres que conocen mil variedades de hierbas, otros conocen variedades de peces, yo, de separaciones. Hay hombres que saben de memoria el nombre de cada estrella, yo, el de las nostalgias." Era tan suyo este poema, y tan mío al mismo tiempo. Era el resumen de mi vida. Cuando sentía rabia por el hecho de que otra persona me hubiera robado esa parte de mí, me acorbada de Borges, de su clásica dedicatoria a quien leyere: "Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor". Por algún motivo, aún desconozco cuál, yo era incapaz de memorizar aquel poema de Hikmet que quería regalar.

Era sábado, aproximadamente las cuatro de la mañana, regresaba de compartir penas y glorias con los amigos y sentía que algo de alimento presente mejoraría mi estado futuro. Institivamente revisé el correo. Tenía unas líneas de un amigo de la infancia que anunciaban una mala noticia. "Llámame" decía y así lo hice. "Se ha suicidado Aitor, el hermano de Enaut". No lo podía creer, se me revolvió el estómago, las lágrimas las logré contener, no así la curiosidad. Al parecer había desaparecido un par de días, lo encontró la policía hospedado en un hotel en el centro de la ciudad, pero él no quería regresar a casa. Enaut se reunió con él en la recepción. ¿Qué habría hecho cuarenta y ocho horas encerrado en un habitación de hotel de una ciudad diminuta? ¿Qué habría estado pensando? En la recepción Aitor parecía suplicar, más que afirmar, que no quería regresar a casa. Era una tonada constante que se interponía a la de su hermano, quien con una melodía idéntica rogana su regreso: "por favor, vuelve, vuelve, vuelve...". Aitor accedió. Subió por su ropa. Enaut se extrañó por la demora, subió a indagar al sexto piso, desde donde su hermano, saltó al vacío.

Desde la distancia, el dolor es distinto. Yo, acostumbrado a las despedidas, conocedor de las diversas formas y colores de las nostalgias, necesitaba ese poema de Hikmet para curar el alma. No había mucho más que pudiera hacer. Nunca se supo el motivo del suicidio, del mismo modo que nuca se supo la razón de la existencia, el fin de la vida. Tecleé "nazim hikmet despedidas" en el monopolio de los buscadores de internet y ahí estaba la autobiografía de mi otro yo. El poema lo precedían unas palabras de la autora del blog, cuya redacción me llamó la atención. Proseguí leyendo. Un anónimo publicaba aquí su despedida: "Creo que nunca dejará de ser bueno el poder dejarlo todo a tiempo, aún cuando el tiempo es otra ilusión de la ilusa existencia. Ciorán -el otro imán de mi brújula- también me lo recuerda, irse implica poder decir adiós. Aún así, es quizá el acto menos egoísta del que tenga conocimiento y experiencia. Uno se pasa la vida dejando ir. Quizás, haya llegado la hora de irse". El corazón se me detuvo: este blog pertenecía a... ¡una tal Circe! ¿Sería la novia imaginaria de Aitor?

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pd: Enaut, si algún día encuentras estas líneas, las he escrito con todo el amor. No hay mucho más que decir, ni mucho más que callar.