miércoles, 18 de junio de 2008

Miedo...

En este país tan particular donde la gente ve y cree de todo, hay personas que defienden convencidas la existencia de presencias, de cuerpos, espíritus, fantasmas o como se los quiera llamar.
Varios de mis colegas de oficina afirman rotundamente haberlos visto en nuestro lugar de trabajo; las apariciones más recurrentes son un hombre con una camisa amarilla y una niña con un vestido blanco.
Hace algún tiempo, cuando estaba con un amigo viendo una película en mi dormitorio, ambos pudimos escuchar cómo golpeaban la puerta de mi habitación. "Tú también lo has oído" me dijo mi amigo, a lo que yo, para tranquilizarlo le dije que era el viento.
Un tiempo después, tumbado en la cama, pude escuchar nuevamente un claro toc toc en la puerta. El miedo se apoderó de mí; decidí que no podía hacer otra cosa que levantarme y abrir. No había nadie.
Aquel hecho quedó en algún rincón de mi memoria, olvidado. Olvidado, junto a las historias de libros movidos, calculadoras que funcionan solas, teclados manejado por manos invisibles, niñas de vestido blanco y hombres de camisa amarilla.
Hoy llegaba de una reunión con el ministro de turismo, a eso de las ocho y media de la tarde, de regreso a la oficina. Muchas de las noches, al salir muy tarde, el último, los guardias de seguridad me preguntan si no me asustó nadie. Ya es rutina y siempre bromeando, les digo que sí, que la niña, que iba de la mano del hombre. Hoy me informaron al entrar tan tarde que no quedaba nadie en la oficina, Está usted solo.
Llegué al edificio, en completa oscuridad. Todas las luces estaban apagadas, la casa estaba sumergida en un manto negro. Prendí la luz de la recepción, subí las gradas hablando por teléfono, me instalé en mi oficina con la idea de recoger los trastos, después de encender las luces del pasillo y de mi despacho, pero al ver que tenía una reunión mañana temprano y algunas cosas pendientes por completar, he agarrado un bolígrafo y me he puesto a escribir en un papel impreso que llevaba varios días esperándome sobre la mesa.
Dejo de rasgar el papel, detengo hasta el más mínimo movimiento de mi cuerpo y sólo puedo escuchar que, de la zona de finanzas, donde hay una máquina de escribir, proviene el sónido de sus teclas; se trata del teclear más nítid que he podido escuchar, plac plac plac, presionadas estrepitosamente y sin pausa, plac plac plac plac plac. ¿Quién puede estar escribiendo, jugando con la máquina? plac plac plac. Con el cuerpo lleno de escalofríos, los ojos lacrimosos, los pelos erizados y los pezones a punto de atravesar cualquier superficie, he apagado el ordenador de un botonazo, plac plac plac plac plac, he agarrado la mochila y he abandonado ese edificio fantasmagórico en el que trabajo cada día y cada noche. Creo que, a partir de hoy, las noches quedan para otro.
Miedo...

Un gran resumen