martes, 25 de marzo de 2008

De la generosidad de los conquistadores

Tomasa, una humilde mujer salvadoreña que viene los lunes a solucionar el desastre que queda a mi paso por la casa después de cada semana, me contaba ayer una historia sorprendente. Hablaba de la belleza de los españoles, en contraposición a la fealdad de los salvadoreños. Me explicaba que, de no ser por un generoso español que decidió tener descendencia con una mujer salvadoreña, una raza tan fea que más parecía compuesta por simios que personas -según sus propias palabras-, de no ser, como iba diciendo, por la generosidad de este español, cuya semilla se expandió por toda centroamerica, los salvadoreños seguirían siendo horripilantes y estúpidos, no medio feos y medio necios como son ahora.

No supe cómo reaccionar ante tal afirmación; primero me dio por quedarme callado, boquiabierto, dubitativo; una sonrisa modificó mi gesto, una risa posterior acrecentó una reacción que para nada pretendía ser despectiva. Tomasa me observaba tan admirada como la observaba yo a ella. ¿No conocía la historia? Me espetó. No podía responderle, me daba la risa; ella también reía, extrañada: ¿No lo cree? Me preguntó. Yo seguía riendo y ella reía y me interrumpía, alternando ambas preguntas con persistencia y sorpresa: ¿No conocía la historia? jajajaja ¿No la cree? jajajaja ¿No la conocía? jajajaja.

Las risas se fueron deteniendo y yo no sabía bien cómo responder. Decidí narrarle la confusión de los españoles, cómo estos se encontraron con América por equivocación, cómo saquearon, violaron, robaron, mataron, impusieron... ¿Violaron? Me preguntó ella. ¿Violaron a las mujeres? No lo podía creer. Qué historia le habrán enseñado, me preguntaba yo. Tomasa, ustedes ya tenían una religión, una cultura, cuando llegaron los españoles: la cultura maya. ¿En serio? me preguntaría ella. Una religión politeísta, con Dioses que representaban la naturaleza.

Comenzamos a discutir sobre la religión católica, sobre la existencia de un Dios, sobre la aceptación del Destino, sobre el papel de cada uno en la tierra, sobre el concepto del azar y la relación que los vinculaba a los tres. Salió mencionado el Evangelio según Judas, los evangelios Apócrifos, los Canónicos, Abraham y junto a él las tres principales religiones monoteístas, la cronología de las diversas religiones y un sinnúmero de temas relacionados con la imposición de la fé cristiana en el nuevo mundo.

Finalmente, dimos por concluida la conversación, principalmente debido a que yo regresaba tarde a la oficina, eso sí, con muchas más inquietudes de las previsatas: ninguno de los dos podría afirmar o negar la relevancia del destino, decantarse por la causalidad o la casualidad, otorgar o negar el rango de Dios al azar o a la naturaleza, y, sin embargo, con mayor o menor afán (en esto sí soy un convencido) ambos cuestionamos la necesidad de un intermediario y, por tanto, la labor de una institución que se auto-proclama representante de Dios en la tierra.

¿Quién sabe que nos deparará nuestro próximo almuerzo? Si llegamos a convertir el agua en vino, quizás sea el primero de muchos...

miércoles, 19 de marzo de 2008

Aznar, ¿crimial de guerra?

Si me lo preguntaran a mí, daría un rotundo sí. Es indignante el juego, la dolbe moral, la falsedad de occidente. ¿Qué nos creemos? Nosotros somos quienes decidimos si un país puede o no tener armamento nuclear. De hecho, lo que decidimos es si puede tener energía nuclear. El único país que ha hecho uso de dichas armas es quien determina esto. Como dijera un amigo mío, el único vecino que tiene una pistola y además ha matado a alguien es el que decide si alguien más puede tener pistola en el vecindario.

Nos dedicamos a criticar lo que desconocemos, a imponer nuestras convicciones como si fueran verdades absolutas, a defender la democracia por encima de todo. ¿De qué democracia estamos hablando? Si no me equivoco, Estados Unidos tiene 300 millones de habitantes, de los cuales vota un 40% y los resultados se dividen en un 20-20 en unas elecciones que, cuando menos, resultan dudosas. Esto significa que el 20% del 40% de 300 millones de habitantes, es decir, unos 60 millones de estadounidenses, deciden lo que pasa en el mundo, si es que fuera la democracia la que decide y no las campañas multimillonarias que hay detrás de ésta.

Las democracias en América Latina han llevado a que una mayoría haya manifestado que preferiría cambiar de sistema político si ello supusiera un cambio en la economía. Y es que, claro, América Latina es la región del mundo que sufre mayor desigualdad en la distribución de la riqueza. Sin embargo, los que parecen estar haciéndolo mejor en este sentido, al menos son los que se utilizan como ejemplo constantemente, son China y Vietnam. Sin el más mínimo ánimo de ser políticamente correcto, no los llamaría sistemas democráticos.

Sin embargo, en defensa de estas nuestras ideas, nuestras convicciones, nuestras creencias, IMPONEMOS. Hubo un presidente electo en España, durante dos legislaturas: Aznar. No voy a entrar a descalificaciones personales, ni siquiera a valoraciones profesionales, me voy a limitar a analizar el comportamiento inaceptable de una persona que resultó electa para servir al pueblo, no a sus convicciones. En contra de aproximadamente el 90% de la población, decidió invadir Irak, supuestamente en busca de armamento nuclear. Hoy reconoce otra verdad:

"Teníamos que adoptar una decisión difícil, pero era nuestra responsabilidad y el destino de Oriente Medio era de extrema importancia para los europeos, y también para los españoles, establecer una alianza muy estrecha y sólida con amigos poderosos"

"Estábamos fuertemente convencidos de que nos asistía la razón y de que actuábamos además en interés de mucha gente"

"La gente puede participar en elecciones, hablar libremente. Hay libertad en el país y existe la posibilidad de establecer una democracia".

Afortunadamente para algunos pocos, existen periodistas de la talla de Mónica G. Prieto, a quien desde este humilde espacio le reservo el más absoluto de los respeto, que ha publicado hoy un artículo brillante sobre la realidad en Irak. Hay otros blogs que se han hecho eco de su texto, aquí pongo un breve estracto y los invito a que lean dicho artículo (http://www.elmundo.es/elmundo/2008/03/18/internacional/1205877254.html):

"El Irak de 2002, el previo a la invasión, no se asemeja nada al Irak de hoy. Los cambios físicos son patentes: desapareció la omnipresencia del dictador en forma de mosaicos, murales y efigies y apareció la omnipresencia del terror en forma de muros antibomba, alambre de espino, socavones producidos por las explosiones y el deprimente abandono de todas las guerras. Pero más allá de la ruina producto de cinco años de violencia, lo más terrible e irreparable es la destrucción moral que ha convertido a sus ciudadanos, antaño fraternales, cultos y dignos, en seres temerosos, violentos y desconfiados, habitantes de una jungla en la que fuertes y débiles pueden —y suelen— desaparecer... La democracia prometida se implantó al tiempo que desapareció toda la seguridad. Sin embargo, los iraquíes no transmiten odio sino miedo."

Aznar, se atreve a afirmar:

"Actuaría de igual modo. Aunque fue un momento difícil para mí, mi convicción, mi conciencia y mi mente están claras".

Y yo me pregunto: ¿Dónde queda la soberanía de un Estado? ¿Qué se ha creído occidente para invadir, destruir un país y afirmar que lo volvería a hacer?

Claramente, este invasor, esta persona que ha desencadenado, con sus acciones, con su ignorancia, con su imprudencia, la muerte de ni se sabe cuántos cientos de miles de personas, que ha hundido en la miseria y el miedo a un país entero, este ... no sé cómo tildarlo, tendría que ser juzgado. Es una vergüenza que aparezca impune haciendo tales declaraciones. ¿En qué mundo vivimos? ¿En qué mundo queremos vivir? ¿Esos son los valores que defendemos y transmitimos? ¿Esa es la gran Europa? ¿la gran España?

Sorprendentemente, en Irak no generamos odio, sino miedo. Tengo mis reservas sobre los resultados en el resto de los países árabes que maltratamos, despreciamos e irrespetamos.

¿Qué es el terrorismo?

domingo, 16 de marzo de 2008

Armas de la injusticia

Hace un año y medio, vivía en San Salvador. Ayer, vivía en San Salvador. Hoy, también. La ciudad es la misma... o tal vez no. ¿Qué duda cabe de que está viva, de que se transfigura, de que cada noche muere para renacer cada mañana, o de que renace cada noche, con los miles de invisibles que la habitan y la padecen? Probablemente yo también he cambiado.

Es un país bello; el gran desconocido, con sus rincones, con su magia, con su legado de la guerra, con sus secretos, con la perpetuación de la injusticia, con la defensa individual como mal colectivo. Las buenas intenciones de aquellos que quieren, o dicen querer mejorar el país, flotan como las nubes, quién sabe si generarán una tormenta algún día. Las armas se reproducen, las drogas proliferan, las desigualdades se incrmentan, la tensión no se corta.

Ayer por la tarde, atendiendo preocupaciones mucho menores, decidí sacar la basura. Andaba en calcetines, agarré las llaves de la casa, llamé al Doctor (mi perro) y nos decidimos a salvar la distancia que nos separaba del contenedor, aparentemente escasos diez metros desde el portón de la casa. Desde la puerta contemplaba la carretera, frente a mí. El carril más próximo, el que baja, vacío. Nadie parecía tener interés en tomar esa dirección. El siguiente carril, a uno 4 metros de mí, el que sube, completamente congestionado. La desesperación, los viernes por la tarde, se torna resignación. Algunos escuchaban música, otros pensaban en sus obligaciones, probablemente había quien recapitulaba sus desdichas, como Zadig, o aquél que trataba de controlar su ansiedad por llegar a su primera cita. Yo simplemente era un observador que quería deshacerse de su basura y comprobar la repercusión positiva en la casa.

Había caminado dos pasos cuando una moto de montaña, que subía a toda velocidad en dirección contraria, a la par de los vehículos detenidos, presumiblemente para evitar el atasco, se detuvo junto a un carro destartalado que tendría unos veinte años, sin aire acondicionado, con el vidrio abierto, donde un hombre humilde esperaba paciente. El paquete, copiloto, segundo ocupante de la moto, se puso en pie frente a nuestro hombre, sacó un arma de color gris que llevaba escondida a la altura de los huevos, y le apuntó directamente a la cabeza. No medió palabra, no hizo falta. El tiempo se detuvo, a pesar de la celeridad con la que todo sucedió. El silencio se apoderó de la escena; no había más vehículos, más transito, más motores, más voces, callaron los camiones, desapareció el humo, sólo podía ver la pistola, en primer plano, con un zoom de 300, y la cara del hombre que entendía. La escena se limitaba a primeros planos. Ahora sólo atendía la mano de nuestro protagonista, que se hundía en su pantalón para reaparecer, con una cartera ordinaria, probablemente cargada de documentos y recuerdos ya perdidos, que se extendía vencida hacia el victimario. Éste tomó la cartera, la guardó, guardó también la pistola, saltó a la moto, que se encontraba a escasos 4 metros de mí y giró 180 grados, hasta pasarme casi por encima. Mi vista, obsesionada en primeros planos, había perdido al Doctor. En ese momento, el grito de "Ven aquí" que proferí para asegurarme de que no atropellaban al perro capturó la atención de los dos motoristas, que me miraron fijamente, probablemente durante una milésima de segundo. Nuevamente el tiempo se detuvo, pero esta vez el ruidoso motor que aceleraba con estrépito me devolvió rápidamente a la realidad.

Todavía puedo respirar esa tarde de viernes.

Doctor