domingo, 16 de marzo de 2008

Armas de la injusticia

Hace un año y medio, vivía en San Salvador. Ayer, vivía en San Salvador. Hoy, también. La ciudad es la misma... o tal vez no. ¿Qué duda cabe de que está viva, de que se transfigura, de que cada noche muere para renacer cada mañana, o de que renace cada noche, con los miles de invisibles que la habitan y la padecen? Probablemente yo también he cambiado.

Es un país bello; el gran desconocido, con sus rincones, con su magia, con su legado de la guerra, con sus secretos, con la perpetuación de la injusticia, con la defensa individual como mal colectivo. Las buenas intenciones de aquellos que quieren, o dicen querer mejorar el país, flotan como las nubes, quién sabe si generarán una tormenta algún día. Las armas se reproducen, las drogas proliferan, las desigualdades se incrmentan, la tensión no se corta.

Ayer por la tarde, atendiendo preocupaciones mucho menores, decidí sacar la basura. Andaba en calcetines, agarré las llaves de la casa, llamé al Doctor (mi perro) y nos decidimos a salvar la distancia que nos separaba del contenedor, aparentemente escasos diez metros desde el portón de la casa. Desde la puerta contemplaba la carretera, frente a mí. El carril más próximo, el que baja, vacío. Nadie parecía tener interés en tomar esa dirección. El siguiente carril, a uno 4 metros de mí, el que sube, completamente congestionado. La desesperación, los viernes por la tarde, se torna resignación. Algunos escuchaban música, otros pensaban en sus obligaciones, probablemente había quien recapitulaba sus desdichas, como Zadig, o aquél que trataba de controlar su ansiedad por llegar a su primera cita. Yo simplemente era un observador que quería deshacerse de su basura y comprobar la repercusión positiva en la casa.

Había caminado dos pasos cuando una moto de montaña, que subía a toda velocidad en dirección contraria, a la par de los vehículos detenidos, presumiblemente para evitar el atasco, se detuvo junto a un carro destartalado que tendría unos veinte años, sin aire acondicionado, con el vidrio abierto, donde un hombre humilde esperaba paciente. El paquete, copiloto, segundo ocupante de la moto, se puso en pie frente a nuestro hombre, sacó un arma de color gris que llevaba escondida a la altura de los huevos, y le apuntó directamente a la cabeza. No medió palabra, no hizo falta. El tiempo se detuvo, a pesar de la celeridad con la que todo sucedió. El silencio se apoderó de la escena; no había más vehículos, más transito, más motores, más voces, callaron los camiones, desapareció el humo, sólo podía ver la pistola, en primer plano, con un zoom de 300, y la cara del hombre que entendía. La escena se limitaba a primeros planos. Ahora sólo atendía la mano de nuestro protagonista, que se hundía en su pantalón para reaparecer, con una cartera ordinaria, probablemente cargada de documentos y recuerdos ya perdidos, que se extendía vencida hacia el victimario. Éste tomó la cartera, la guardó, guardó también la pistola, saltó a la moto, que se encontraba a escasos 4 metros de mí y giró 180 grados, hasta pasarme casi por encima. Mi vista, obsesionada en primeros planos, había perdido al Doctor. En ese momento, el grito de "Ven aquí" que proferí para asegurarme de que no atropellaban al perro capturó la atención de los dos motoristas, que me miraron fijamente, probablemente durante una milésima de segundo. Nuevamente el tiempo se detuvo, pero esta vez el ruidoso motor que aceleraba con estrépito me devolvió rápidamente a la realidad.

Todavía puedo respirar esa tarde de viernes.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Me has dejado sin respiración

y ahora qué hago?

Anónimo dijo...

Que jodido...

lebanon dijo...

Desde la primera hasta la última, nuestra vida no es más que una serie ininterrumpida de respiraciones, por eso hay quien la considera la medida de la vida.

Mi landlord en Nueva Delhi me quiso enseñar el arte del pranayama (ejercicios de respiración en yoga), aunque mi tozudez y la escasez de tiempo le hicieron desistir.

Te invito a que tomes aire, muy profundo, y suspires con energía. Y, en ese suspiro, dejes que salga todo. Si no lo consigues a la primera, reincide, y si las armas de la injusticia de El Salvador no son las únicas que te angustian, no son más que un detalle en un mundo de armas injustas, respira nuevamente.

A mí me cuesta mucho esfuerzo respirar cada día cuando leo las noticias, donde me desinforman sobre la barbarie en Irak, Afganistán, Colombia, Palestina, Myanmar, Tibet, Sri Lanka, Bangladesh...; cuando leo los correos, en los que me informan sobre la desaparición de personas que trabajan en nuestros o en otros proyectos; cuando la red de conocimiento publica que el incremento de las materias primas está generando crisis severas por falta de seguridad alimentaria...

Y al final, sólo me queda seguir respirando. Y, quizás, soñar. Quizás, afirmar: he tenido un sueño.

Unknown dijo...

Me alegro que estés bien campeón. Sigue narrando con esa prosa que dios te ha dado.
Por cierto, lo de Aznar increíble. Ayer mismo lo hablaba con amigos que en su día estuvimos a favor de la invasión, pero el tiempo nos ha quitado la razón. Solo decir que 'rectificar es de sabios' o cuanto menos no de prepotentes.

Anónimo dijo...

las cosas de la vida...
Me levantaba, respiraba sin darme cuenta que lo hacía.Desde hace mucho tiempo entendía, pero empecé a saber. y lo peor de todo, sentí, tanto que la tristeza de este mundo atravesó mi piel.
Resistí, pero comprendí.
Hay muchos tantos como yo, ahora los entiendo. Es un instinto, sobrevivimos.
Y aunque no haya motivos, intento cada día ser feliz.
Y respiro, cada día un millón de veces,
y a veces necesito ser conciente de ello.
besos.
Iris

Anónimo dijo...

y por favor, ten cuidado.....

lebanon dijo...

La obesidad es la declaración de angustia que sufren las sociedades modernas. La ausencia del sentimiento de supervivencia nos deja vacíos y sólo sabemos canalizar esa agonía mediante un acto tan superficial como la sociedad que estamos creando: comer sin necesidad.

Iris, tu comentario es buenísimo. Aparentemente contradictorio, ya que no creo que los animales busquen ser felices, simplemente sobreviven. Por el contrario, el ser humano vive, con la facultad para ser consciete de ellos, pero sin saberlo y dice buscar la felicidad, pero en verdad no lo parece.

Kafka lo definió mucho mejor: "Porque somos como troncos de árboles en la nieve. Aparentemente, sólo están apoyados en la superficie, y con un pequeño empellón se los desplazaría. No, imposible, porque están firmemente unidos a la tierra.
Pero atención, también esto es pura apariencia."

El segundo comentario es muy familiar y cariñoso, como si nos conociéramos.

Beso,

Anónimo dijo...

Hundo los pies en la arena,
sumerjo mi piel en el agua salada, fresca,áspera,
golpea su fuerza suavemente sobre mi cuerpo,
dejo que el sol arrugue mi cara, me da calor,
meto mis manos en barro,
muerdo una hoja distraídamente,
cuando hago el amor emito sonidos indescifrables,
me siento entonces,
tierra, mar, sol,
soy animal porque nacimos asi
y mi cerebro primitivo me lo recuerda,
siempre que lo dejo,
pero además,
puedo pensar en ello.


qué nos falta?
donde nos estamos perdiendo?
nos olvidamos de lo que somos?
Iris

lebanon dijo...

Hundes profundos tus pies en la arena,
hundo mi cara en el agua salada,
el mar se retira, se va la marea
mis labios que buscan tu tez arrugada.

Beso tus pies, una ola me engaña
la espuma se lleva el calor de mi espalda,
observas muda que el mundo se calla
testigo de penas, dolores del alma.

Nos falta una cita, perdimos el día,
olvidas que eres: salón de utopía
me paro y pregunta: ¿ella que hacía?
el viento responde: ella te guía.

Anónimo dijo...

mmmmmmm
(.....)
Iris.