jueves, 31 de julio de 2008

cerebro masculino femenino



tomado de elalmanaque.com

Meeting Fran...

1.1. hay vuelos desde berlin muy baratos a algunos lugares y vuelos desde españa muy baratos a algunos lugares
1.2. los vuelos baratos de berlin ni van a españa ni a ningún lugar al que van los vuelos baratos de españa
1.3. los vuelos baratos de españa ni van a berlín ni a ningún lugar al que van los vuelos baratos de berlín
1.4. ERGO: no son coincidentes y a mí me hacen la vida imposible para ver a Fran!

PD: Fran, si lees esto, hay un vuelo más o menos asequible Berlín-Madrid... (292€)

lunes, 21 de julio de 2008

Miedo 2...

Las escaleras de mi casa cuentan con un sensor que detecta el movimiento. No sé muy bien a quién se le ocurrió poner eso, pero resulta cómodo no tener que andar prendiendo la luz cada vez. Me resulta cómodo a mí y creo que al fantasma que cohabita en mi hogar.

Era sábado por la tarde y se nos había ocurrido que llenar la bañera podría ser una buena idea. Los grifos tienen una disposición particular: el de la izquierda para el agua caliente el de la derecha para la fría y, en medio, una llave que abre o cierra el paso. El sonido estrepitoso de la bañera, cada vez más llena, era la confirmación de una tarde relajada. Hasta que, sorprendentemente, cesó. El silencio se apoderó de la planta de arriba y de la casa entera. ¿Sería que se había acabado el agua? La cisterna, cuando se excede su límite, deja de calentar el agua, ¿será que en su siguiente límite deja de expulsarla? Subí extrañado. Al ver que no salía nada, giré el grifo de la fría al máximo, pero tampoco... Me extraño, porque éste no está vinculado a la cisterna. En ese momento me di cuenta de que "alguien" había cerrado la llave de paso. Pero en esa casa no había nadie más. ¿O sí?

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, los pelos se me erizaron y los ojos se me volvieron lacrimosos. No había explicación lógica. Giré la llave de paso y bajé nuevamente las escaleras. ¿Y el sensor? Ya lo había visto prenderse en tres ocasiones, sin que aparentemente nadie ni nada estuviera presente. Pensé que tal vez un zancudo, una mariposa, algo... Así que agarré un calcetín y lo lancé, pero la luz no se prendió. Quizás los bichos vuelan cerca del sensor; el siguiente calcetín lo pasó rozando, pero nada...

Nuevamente, miedo.

¿llegaré a ser chino?

Esta mañana he plantado un árbol, por primera vez en mí vida. Ahora no tengo muy claro qué hacer, si seguir con estas líneas hasta que se conviertan en un libro o dejar embarazada a la primera que pase...

Ayer leí: "no hay nada nuevo, salvo lo que se ha olvidado".

miércoles, 2 de julio de 2008

Que el fin del mundo me pille en gallumbos

Para los adictos a las pachecadas, llevo un par de días dignos de ser compartidos al detalle. Sin embargo, el cansancio y la pereza van a convertirlos en vagas descripciones.

A este país, le da por llover, ¡y le da! Eran las 14:00 y yo regresaba de almorzar, parecía que se venían unas gotitas, más gotitas, ¡una tormenta! No veía el momento de salirme del carro y llegar a la oficina. Me cansé de esperar. Una... dos... ¡a correr! Llegué al portón, a la caseta de los vigilantes, bastante mojado. ¿No tienen un paraguas? Claro, tome... y estaban todas las varillas rotas, sin excepción. Más que un paraguas, aquéllo parecía un saco impermeable que conseguía acumular toda el agua para lanzármela en su conjunto por mi espalda, pieranas, pies... ¡Qué horror! Me encontraba en mi despacho, empapado. La fotuna quiso que tuviera una camiseta que decía Rock´N Roll y un par de calcetines de repuesto. Mantuve los pantalones algunos minutos, hasta que decidí esconder mis piernas sólo protegidas por mis gallumbos, debajo de mi mesa. Todo cuanto podía pensar era: como entre alguien en estos momentos...

Se medio secó la ropa y mis niñas tenían partido, así que fuimos al campo. Nuevamente, algún desgraciado nos tiraba cubos de agua desde algún lado sin cesar. Aguanté así la hora que duró el encuentro y salí corriendo al coche. Pusé la calefacción al máximo y me quite todo salvo los gallumbos. Como me pare la policía... Y así llegué a mi nueva casa. Me acabo de mudar y los vecinos no me conocen, aunque si alguno me vio ya habrá comenzado a formarse una imagen. El portón de casa hay que abrirlo manualmente de modo que, en medio de la lluvia, un loco en gallumbos se baja del coche para entrar en su casa.

Al día siguiente, El Salvador sólo necesitaba a Noé para completar el cuadro del diluvio universal. No es que cayera el agua a mares, es que caían océanos enteros. Y ahí estaba yo, regresando a casa. Los coches se apeaban por el camino, incapaces de conducir ante la tempestad. Decidí seguir. Bajando la cuesta que está al lado de casa, vi un 4X4 detenido; no sé si pensé algo, si lo descalifiqué mentalmente o sencillamente lo ignoré, pero seguí bajando. Notaba algún tipo de resistencia; me detuve, intenté adivinar qué era, me acerqué a la luna delantera, pegué la cara, limpie el vidrio con el antebrazo, opté por bajar la ventanilla... ¡estaba enterrando el carro en un metro de agua!

Conseguí sacarlo con la marcha atrás. Llamé a Silvia, que vive por la zona, para ver cómo había conseguido ella llegar a casa. ¿Yo? Regresé temprano, aún no llovía... Pero ahora ¡me está entrando agua en la casa! No sabes lo que es... Esa noticia me inquietó. Recuerden que me acabo de mudar, ergo, ¡todo está en el suelo! Encontré un camino alternativo para llegar a casa; bajé por una calle que más parecía un río, había un carro estacionado al que el agua lo pasaba por un lado, por el otro, por debajo, por encima, todo hacía intuir que se lo iba a llevar en el momento menos esperado. Por fin me encontraba nuevamente ante mi portón. Tenía que bajarme del carro, pero otro río fluía terco entre mi coche y mi casa. Observé mis zapatos, se iban a empapar como los de ayer y no tendría con qué ir a trabajar; los calcetines, ¡también fuera!; el bajo de los pantalones, demasiado largo... ¡a quitárselos! Nuevamente en gallumbos, por segundo día consecutivo...

A saber qué pensarán mis vecinos. Si alguno me observa con atención se lo debe de estar pasando en grande.

miércoles, 18 de junio de 2008

Miedo...

En este país tan particular donde la gente ve y cree de todo, hay personas que defienden convencidas la existencia de presencias, de cuerpos, espíritus, fantasmas o como se los quiera llamar.
Varios de mis colegas de oficina afirman rotundamente haberlos visto en nuestro lugar de trabajo; las apariciones más recurrentes son un hombre con una camisa amarilla y una niña con un vestido blanco.
Hace algún tiempo, cuando estaba con un amigo viendo una película en mi dormitorio, ambos pudimos escuchar cómo golpeaban la puerta de mi habitación. "Tú también lo has oído" me dijo mi amigo, a lo que yo, para tranquilizarlo le dije que era el viento.
Un tiempo después, tumbado en la cama, pude escuchar nuevamente un claro toc toc en la puerta. El miedo se apoderó de mí; decidí que no podía hacer otra cosa que levantarme y abrir. No había nadie.
Aquel hecho quedó en algún rincón de mi memoria, olvidado. Olvidado, junto a las historias de libros movidos, calculadoras que funcionan solas, teclados manejado por manos invisibles, niñas de vestido blanco y hombres de camisa amarilla.
Hoy llegaba de una reunión con el ministro de turismo, a eso de las ocho y media de la tarde, de regreso a la oficina. Muchas de las noches, al salir muy tarde, el último, los guardias de seguridad me preguntan si no me asustó nadie. Ya es rutina y siempre bromeando, les digo que sí, que la niña, que iba de la mano del hombre. Hoy me informaron al entrar tan tarde que no quedaba nadie en la oficina, Está usted solo.
Llegué al edificio, en completa oscuridad. Todas las luces estaban apagadas, la casa estaba sumergida en un manto negro. Prendí la luz de la recepción, subí las gradas hablando por teléfono, me instalé en mi oficina con la idea de recoger los trastos, después de encender las luces del pasillo y de mi despacho, pero al ver que tenía una reunión mañana temprano y algunas cosas pendientes por completar, he agarrado un bolígrafo y me he puesto a escribir en un papel impreso que llevaba varios días esperándome sobre la mesa.
Dejo de rasgar el papel, detengo hasta el más mínimo movimiento de mi cuerpo y sólo puedo escuchar que, de la zona de finanzas, donde hay una máquina de escribir, proviene el sónido de sus teclas; se trata del teclear más nítid que he podido escuchar, plac plac plac, presionadas estrepitosamente y sin pausa, plac plac plac plac plac. ¿Quién puede estar escribiendo, jugando con la máquina? plac plac plac. Con el cuerpo lleno de escalofríos, los ojos lacrimosos, los pelos erizados y los pezones a punto de atravesar cualquier superficie, he apagado el ordenador de un botonazo, plac plac plac plac plac, he agarrado la mochila y he abandonado ese edificio fantasmagórico en el que trabajo cada día y cada noche. Creo que, a partir de hoy, las noches quedan para otro.
Miedo...

Un gran resumen

martes, 20 de mayo de 2008

Sigamos creyendo...

En las predicciones semanales basadas en nuestro signo zodiacal, en los análisis de la personalidad basados en nuestra firma o en nuestro nombre, en el futuro que nos adivinan...

Efecto Forer

El efecto Forer (también llamado falacia de validación personal o el efecto Barnum, por P. T. Barnum) es la observación de que los individuos darán aprobación de alta precisión a descripciones de su personalidad que supuestamente han sido realizadas específicamente para ellos, pero que en realidad son generales y suficientemente vagas como para ser aplicadas a un amplio espectro de gente. El efecto Forer puede proveer una explicación parcial para la aceptación de algunas pseudociencias, tales como la astrología, la grafología y la adivinación del futuro.

En 1948, el psicólogo Bertram R. Forer dio a sus estudiantes un test de personalidad, y luego les dio un análisis de su personalidad, supuestamente basado en los resultados del test. Invitó a cada uno de ellos a evaluar el análisis en una escala de 0 (muy pobre) a 5 (excelente) según se aplicara a ellos: el promedio fue de 4.26. Luego les reveló que a cada estudiante se le había provisto del mismo análisis:

You have a need for other people to like and admire you, and yet you tend to be critical of yourself. While you have some personality weaknesses you are generally able to compensate for them. You have considerable unused capacity that you have not turned to your advantage. Disciplined and self-controlled on the outside, you tend to be worrisome and insecure on the inside. At times you have serious doubts as to whether you have made the right decision or done the right thing. You prefer a certain amount of change and variety and become dissatisfied when hemmed in by restrictions and limitations. You also pride yourself as an independent thinker; and do not accept others' statements without satisfactory proof. But you have found it unwise to be too frank in revealing yourself to others. At times you are extroverted, affable, and sociable, while at other times you are introverted, wary, and reserved. Some of your aspirations tend to be rather unrealistic.

martes, 6 de mayo de 2008

Cuentos ya escritos

C.P. nunca llegó a escribir aquel cuento de la reencarnación consciente; el cuento del hombre que se alimentaba de libros, que conocía todos los cuentos, que había memorizado todos los poemas, que había leído todas las novelas. Sin embargo, en su constante búsqueda de nuevas historias, en su descontrolado afán por adquirir nuevos escritos, sufría de una especie de trastorno que nadie le había diagnosticado y que, de hecho, nadie conocía: había un autor y, más concretamente, un libro, que tenía que comprar ineludiblemente. Cada vez que se cruzaba con la novela, la adquiría, la llevaba a casa como si fuera la primera vez, se sorprendía al encontrarse con la gran pila de libros repetidos y lo almacenaba. Nunca había osado abrirlo. Una noche, tumbado en la cama (él nunca leía acostado), extendió el brazo hacia la mesita de cama. Era costumbre conservar una edición en cada una de las mesitas y el resto en armarios, aunque cualquiera diría que eran inexistentes: él no los veía, no los recordaba y no los leía. Inesperadamente, su mano izquierda apoyo en su torso desnudo la novela fantasma. Aquel día había sido poco común desde el punto de la mañana. Ya cansado, somnoliento, no estaba seguro de lo que estaba haciendo. Empezaba a invadirlo esa sensación confusa que se apodera de uno bajo la protección del cansancio, cuando no se sabe si lo que esta sucediendo lo hemos soñado ya, o lo hemos vivido anteriormente. Algo en el estilo, en el tono, en el fondo, algo, le resultaba familiar. Después de varias páginas, se encontró con una de esas palabras entrecortadas, predecibles, que continuaría al pasar de hoja. Ya no era una lectura en voz baja, ni siquiera un susurro; había pasado a recitar. Nunca llegó a cambiar de página ni a bajar la mirada para continuar la lectura. Conocía, a la perfección, cada una de las letras, de las sílabas, de los párrafos. Siguió narrando, en voz alta, para alguien que no era él mismo, aquella novela que ahora sí, con plena certeza, sabía que había redactado en algún otro momento, en algún otro lugar, en alguna otra vida.

Me causó gracia acordarme de esta historia hace un par de noches, cuando cansado y con necesidad de curar el alma, comencé a seleccionar libros de los estantes que hay a la par de mi cama. Ahí estaban esperando, pacientes, Marx y su predicciones, Whitman y sus poemas, Gandhi y sus reflexiones, Lorca y su ingenio, Carpentier y su magia... Fui seleccionando algunos libros y los coloqué, desordenados, sobre el colchón. Agarré del estante el cuarto y último libro para esa noche: "La casa de Bernarda Alba" y lo dejé junto a los que ya tenía "Reflexiones sobre la no violencia", "Hojas de hierba" y... ¿cómo era posible? ¿La casa de Bernarda Alba? Miré sorprendido el libro que tenía en mis manos y el que estaba sobre la cama: efectivamente, eran el mismo. A pesar de ser prácticamente de lectura obligatoria en el colegio, yo nunca me había enfrentado a él. De hecho, a pesar de ser Lorca un autor universal, nunca había sido parte de mí. No quise revisar si había más copias en la casa. Simplemente, acompañado de esa sensación confusa que lo invade a uno en momentos de agotamiento, cuando no sabe si lo que está sucediendo ya lo ha vivido o soñado, decidí hacer algo inusual: leer un prólogo. Concretamente, aquél que precedía las reflexiones sobre la no violencia de Gandhi.

El ambiente estaba enrarecido, un círculo extraño rodeaba mi cama, un halo de magia parecía impregnarlo todo. No quería leer el libro de Lorca; me daba miedo pasar de página y continuar con la lectura sin necesidad de bajar la vista al libro, conocedor de cada una de las palabras que lo componen, consciente de su autoría en una vida previa. El prólogo no era un ejemplo de buena literatura, pero me mantenía despierto y distraído. No obstante, el último párrafo me tenía reservada una sorpresa: relataba las conversaciones de Gandhi en África del Sur con su carcelero, máxima autoridad, general y filósofo, Jan Christian Smuts, con quien generalmente hablaba de filosofía y poesía, particularmente sobre Walt Whitman. Observé atento, expectante, el triángulo misterioso que conformaban los tres autores sobre mi cama, como si mi subconsciente supiera algo que yo no sabía. Gandhi hablaba de Whitman, que también estaba tendido en la cama, paciente. ¿Qué hacía Lorca, repetido, autor de textos vírgenes para mí, en esta composición tan singular?

Y algo dentro de mí se detuvo; una especie de petrificación, de inquietud, rápidamente sustituida por un sosiego indescriptible. Yo recitaba:

ODA A WALT WHITAN

Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

...

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.

Federico García-Lorca.

XVIII Torneo Centro Américano de Fútbol de las Naciones UNIDAS


El jueves pasado recibimos a las delegaciones de Costa Rica, Nicaragua, Guatemala y Honduras, para disputar el torneo de fútbol Centroamericano.

Hechos históricos:
1. El equipo femenino de El Salvador nunca había ganado un partido.
2. El equipo femenino de El Salvador marcó su primer y único gol en el torneo pasado.
3. El equipo femenino de El Salvador nunca había superado el último lugar.

El viernes pasado se disputaron los partidos, después de tres meses de entrenamientos y nociones básicas de fútbol, algún powerpoint muy elemental y muchísima ilusión.

Resultado: ¡¡¡EL SEGUNDO LUGAR!!!

Frase del día...

"Si tienes un huevo, eres raro; si tienes dos, eres normal; si tienes tres, eres un fenómeno y si tienes cuatro es que te están dando por el culo"

lunes, 5 de mayo de 2008

Reflexiones sobre la No Violencia

“La no violencia y la cobardía se excluyen mutuamente. Imagino con facilidad a un hombre armado hasta los dientes, pero sin valentía alguna. El hecho de poseer una arma supone cierto miedo, por no decir cierta cobardía. Si no hay genuina intrepidez, tampoco hay auténtica no violencia”

Dolores

Alguna vez alguien me dijo: "el dolor físico, es el menor de los dolores". El tiempo ha venido a confirmar tal afirmación, y ha complementarla. Ahora sé que "el dolor ajeno, es el mayor de los dolores".

¿Qué puede haber más difícil de sobrellevar que el sufrimiento de un ser querido y la impotencia de no saber cómo ayudar?

La frase del día...

El amor dura, mientras dura dura.

martes, 29 de abril de 2008

Cambio climático

¿Será realmente el mundo tan absurdo? ¿Tan lento? ¿Tan sinsentido? No puede ser... Probablemente mis impresiones se deban a una falta de información, de conocimiento. Quizás parto de una base errónea, pero a mi entender, el cambio climático se está dando por la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Al parecer, esto se debe a que la contaminación generada por el ser humano supera la capacidad de absorción de la naturaleza.

Con el mejor de los ánimos, tratamos de impulsar acuerdos, protocolos mundiales, mejores prácticas, intentamos convencer a los países en desarrollo de que mejor se queden así, que no del paso a la industrialización, que si lo hacen, mejor lo hagan con industrias que consuman menos y tienen precios que ellos no pueden pagar, o con energías renovables que en los países desarrollados son subsidiadas por los gobiernos.

Y yo me pregunto, puede que ya de manera recurrente: ¿No será posible generar una clorofila artificial? ¿No será factible simular el proceso de la fotosíntesis? ¿No será más viable financiar una investigación de este tipo que modificar las industrias mundiales?

Probablemente, si Verne hubiera nacido en este siglo, hace algunos años, describiría en su próxima novela edificios, coches, motos, gorros, bicicletas, aceras, ropas... recubieras de un material llamada clorofila. Casas clorofílicas, cuya cantidad de esta sustancia estuviera calculada para compensar la contaminación que se previese que la propia casa generaría...

¿Lo veremos dentro de 15 años?

martes, 25 de marzo de 2008

De la generosidad de los conquistadores

Tomasa, una humilde mujer salvadoreña que viene los lunes a solucionar el desastre que queda a mi paso por la casa después de cada semana, me contaba ayer una historia sorprendente. Hablaba de la belleza de los españoles, en contraposición a la fealdad de los salvadoreños. Me explicaba que, de no ser por un generoso español que decidió tener descendencia con una mujer salvadoreña, una raza tan fea que más parecía compuesta por simios que personas -según sus propias palabras-, de no ser, como iba diciendo, por la generosidad de este español, cuya semilla se expandió por toda centroamerica, los salvadoreños seguirían siendo horripilantes y estúpidos, no medio feos y medio necios como son ahora.

No supe cómo reaccionar ante tal afirmación; primero me dio por quedarme callado, boquiabierto, dubitativo; una sonrisa modificó mi gesto, una risa posterior acrecentó una reacción que para nada pretendía ser despectiva. Tomasa me observaba tan admirada como la observaba yo a ella. ¿No conocía la historia? Me espetó. No podía responderle, me daba la risa; ella también reía, extrañada: ¿No lo cree? Me preguntó. Yo seguía riendo y ella reía y me interrumpía, alternando ambas preguntas con persistencia y sorpresa: ¿No conocía la historia? jajajaja ¿No la cree? jajajaja ¿No la conocía? jajajaja.

Las risas se fueron deteniendo y yo no sabía bien cómo responder. Decidí narrarle la confusión de los españoles, cómo estos se encontraron con América por equivocación, cómo saquearon, violaron, robaron, mataron, impusieron... ¿Violaron? Me preguntó ella. ¿Violaron a las mujeres? No lo podía creer. Qué historia le habrán enseñado, me preguntaba yo. Tomasa, ustedes ya tenían una religión, una cultura, cuando llegaron los españoles: la cultura maya. ¿En serio? me preguntaría ella. Una religión politeísta, con Dioses que representaban la naturaleza.

Comenzamos a discutir sobre la religión católica, sobre la existencia de un Dios, sobre la aceptación del Destino, sobre el papel de cada uno en la tierra, sobre el concepto del azar y la relación que los vinculaba a los tres. Salió mencionado el Evangelio según Judas, los evangelios Apócrifos, los Canónicos, Abraham y junto a él las tres principales religiones monoteístas, la cronología de las diversas religiones y un sinnúmero de temas relacionados con la imposición de la fé cristiana en el nuevo mundo.

Finalmente, dimos por concluida la conversación, principalmente debido a que yo regresaba tarde a la oficina, eso sí, con muchas más inquietudes de las previsatas: ninguno de los dos podría afirmar o negar la relevancia del destino, decantarse por la causalidad o la casualidad, otorgar o negar el rango de Dios al azar o a la naturaleza, y, sin embargo, con mayor o menor afán (en esto sí soy un convencido) ambos cuestionamos la necesidad de un intermediario y, por tanto, la labor de una institución que se auto-proclama representante de Dios en la tierra.

¿Quién sabe que nos deparará nuestro próximo almuerzo? Si llegamos a convertir el agua en vino, quizás sea el primero de muchos...

miércoles, 19 de marzo de 2008

Aznar, ¿crimial de guerra?

Si me lo preguntaran a mí, daría un rotundo sí. Es indignante el juego, la dolbe moral, la falsedad de occidente. ¿Qué nos creemos? Nosotros somos quienes decidimos si un país puede o no tener armamento nuclear. De hecho, lo que decidimos es si puede tener energía nuclear. El único país que ha hecho uso de dichas armas es quien determina esto. Como dijera un amigo mío, el único vecino que tiene una pistola y además ha matado a alguien es el que decide si alguien más puede tener pistola en el vecindario.

Nos dedicamos a criticar lo que desconocemos, a imponer nuestras convicciones como si fueran verdades absolutas, a defender la democracia por encima de todo. ¿De qué democracia estamos hablando? Si no me equivoco, Estados Unidos tiene 300 millones de habitantes, de los cuales vota un 40% y los resultados se dividen en un 20-20 en unas elecciones que, cuando menos, resultan dudosas. Esto significa que el 20% del 40% de 300 millones de habitantes, es decir, unos 60 millones de estadounidenses, deciden lo que pasa en el mundo, si es que fuera la democracia la que decide y no las campañas multimillonarias que hay detrás de ésta.

Las democracias en América Latina han llevado a que una mayoría haya manifestado que preferiría cambiar de sistema político si ello supusiera un cambio en la economía. Y es que, claro, América Latina es la región del mundo que sufre mayor desigualdad en la distribución de la riqueza. Sin embargo, los que parecen estar haciéndolo mejor en este sentido, al menos son los que se utilizan como ejemplo constantemente, son China y Vietnam. Sin el más mínimo ánimo de ser políticamente correcto, no los llamaría sistemas democráticos.

Sin embargo, en defensa de estas nuestras ideas, nuestras convicciones, nuestras creencias, IMPONEMOS. Hubo un presidente electo en España, durante dos legislaturas: Aznar. No voy a entrar a descalificaciones personales, ni siquiera a valoraciones profesionales, me voy a limitar a analizar el comportamiento inaceptable de una persona que resultó electa para servir al pueblo, no a sus convicciones. En contra de aproximadamente el 90% de la población, decidió invadir Irak, supuestamente en busca de armamento nuclear. Hoy reconoce otra verdad:

"Teníamos que adoptar una decisión difícil, pero era nuestra responsabilidad y el destino de Oriente Medio era de extrema importancia para los europeos, y también para los españoles, establecer una alianza muy estrecha y sólida con amigos poderosos"

"Estábamos fuertemente convencidos de que nos asistía la razón y de que actuábamos además en interés de mucha gente"

"La gente puede participar en elecciones, hablar libremente. Hay libertad en el país y existe la posibilidad de establecer una democracia".

Afortunadamente para algunos pocos, existen periodistas de la talla de Mónica G. Prieto, a quien desde este humilde espacio le reservo el más absoluto de los respeto, que ha publicado hoy un artículo brillante sobre la realidad en Irak. Hay otros blogs que se han hecho eco de su texto, aquí pongo un breve estracto y los invito a que lean dicho artículo (http://www.elmundo.es/elmundo/2008/03/18/internacional/1205877254.html):

"El Irak de 2002, el previo a la invasión, no se asemeja nada al Irak de hoy. Los cambios físicos son patentes: desapareció la omnipresencia del dictador en forma de mosaicos, murales y efigies y apareció la omnipresencia del terror en forma de muros antibomba, alambre de espino, socavones producidos por las explosiones y el deprimente abandono de todas las guerras. Pero más allá de la ruina producto de cinco años de violencia, lo más terrible e irreparable es la destrucción moral que ha convertido a sus ciudadanos, antaño fraternales, cultos y dignos, en seres temerosos, violentos y desconfiados, habitantes de una jungla en la que fuertes y débiles pueden —y suelen— desaparecer... La democracia prometida se implantó al tiempo que desapareció toda la seguridad. Sin embargo, los iraquíes no transmiten odio sino miedo."

Aznar, se atreve a afirmar:

"Actuaría de igual modo. Aunque fue un momento difícil para mí, mi convicción, mi conciencia y mi mente están claras".

Y yo me pregunto: ¿Dónde queda la soberanía de un Estado? ¿Qué se ha creído occidente para invadir, destruir un país y afirmar que lo volvería a hacer?

Claramente, este invasor, esta persona que ha desencadenado, con sus acciones, con su ignorancia, con su imprudencia, la muerte de ni se sabe cuántos cientos de miles de personas, que ha hundido en la miseria y el miedo a un país entero, este ... no sé cómo tildarlo, tendría que ser juzgado. Es una vergüenza que aparezca impune haciendo tales declaraciones. ¿En qué mundo vivimos? ¿En qué mundo queremos vivir? ¿Esos son los valores que defendemos y transmitimos? ¿Esa es la gran Europa? ¿la gran España?

Sorprendentemente, en Irak no generamos odio, sino miedo. Tengo mis reservas sobre los resultados en el resto de los países árabes que maltratamos, despreciamos e irrespetamos.

¿Qué es el terrorismo?

domingo, 16 de marzo de 2008

Armas de la injusticia

Hace un año y medio, vivía en San Salvador. Ayer, vivía en San Salvador. Hoy, también. La ciudad es la misma... o tal vez no. ¿Qué duda cabe de que está viva, de que se transfigura, de que cada noche muere para renacer cada mañana, o de que renace cada noche, con los miles de invisibles que la habitan y la padecen? Probablemente yo también he cambiado.

Es un país bello; el gran desconocido, con sus rincones, con su magia, con su legado de la guerra, con sus secretos, con la perpetuación de la injusticia, con la defensa individual como mal colectivo. Las buenas intenciones de aquellos que quieren, o dicen querer mejorar el país, flotan como las nubes, quién sabe si generarán una tormenta algún día. Las armas se reproducen, las drogas proliferan, las desigualdades se incrmentan, la tensión no se corta.

Ayer por la tarde, atendiendo preocupaciones mucho menores, decidí sacar la basura. Andaba en calcetines, agarré las llaves de la casa, llamé al Doctor (mi perro) y nos decidimos a salvar la distancia que nos separaba del contenedor, aparentemente escasos diez metros desde el portón de la casa. Desde la puerta contemplaba la carretera, frente a mí. El carril más próximo, el que baja, vacío. Nadie parecía tener interés en tomar esa dirección. El siguiente carril, a uno 4 metros de mí, el que sube, completamente congestionado. La desesperación, los viernes por la tarde, se torna resignación. Algunos escuchaban música, otros pensaban en sus obligaciones, probablemente había quien recapitulaba sus desdichas, como Zadig, o aquél que trataba de controlar su ansiedad por llegar a su primera cita. Yo simplemente era un observador que quería deshacerse de su basura y comprobar la repercusión positiva en la casa.

Había caminado dos pasos cuando una moto de montaña, que subía a toda velocidad en dirección contraria, a la par de los vehículos detenidos, presumiblemente para evitar el atasco, se detuvo junto a un carro destartalado que tendría unos veinte años, sin aire acondicionado, con el vidrio abierto, donde un hombre humilde esperaba paciente. El paquete, copiloto, segundo ocupante de la moto, se puso en pie frente a nuestro hombre, sacó un arma de color gris que llevaba escondida a la altura de los huevos, y le apuntó directamente a la cabeza. No medió palabra, no hizo falta. El tiempo se detuvo, a pesar de la celeridad con la que todo sucedió. El silencio se apoderó de la escena; no había más vehículos, más transito, más motores, más voces, callaron los camiones, desapareció el humo, sólo podía ver la pistola, en primer plano, con un zoom de 300, y la cara del hombre que entendía. La escena se limitaba a primeros planos. Ahora sólo atendía la mano de nuestro protagonista, que se hundía en su pantalón para reaparecer, con una cartera ordinaria, probablemente cargada de documentos y recuerdos ya perdidos, que se extendía vencida hacia el victimario. Éste tomó la cartera, la guardó, guardó también la pistola, saltó a la moto, que se encontraba a escasos 4 metros de mí y giró 180 grados, hasta pasarme casi por encima. Mi vista, obsesionada en primeros planos, había perdido al Doctor. En ese momento, el grito de "Ven aquí" que proferí para asegurarme de que no atropellaban al perro capturó la atención de los dos motoristas, que me miraron fijamente, probablemente durante una milésima de segundo. Nuevamente el tiempo se detuvo, pero esta vez el ruidoso motor que aceleraba con estrépito me devolvió rápidamente a la realidad.

Todavía puedo respirar esa tarde de viernes.

Doctor

miércoles, 27 de febrero de 2008

El culo de una arquitecta

Lo cierto es que tenía varias ideas que compartir; no sé dónde se me escondieron. Como saben, suelo publicar escritos propios, pero me llegó un correo tan bueno el día de hoy, que me parecería una injusticia y un acto de deseleal egoísmo no compartirlo.

El culo de una arquitecta
por Pedro Mairal

(publicado en Colombia, en la revista Soho, en febrero de 2008)

No suelo concordar con el prójimo varón sobre cuál es el mejor culo. Noto un gusto general por el culito escuálido de las modelos flacas. A mí me gustan grandes, hospitalarios, macizos. Me gusta el culo balcón, que sobresale y se autosustenta como un milagro de ingeniería. El culo bien latino, rappero, reggaetón, de doble pompa viva y prodigiosa.

Me salen versos cuando hablo de culos. Quizá porque en los culos hay algo más antiguo y atávico que en las tetas, que en realidad son una intelectualización.
Las tetas son renacentistas, pero el culo es primitivo, neanderthaliano. Con su poder de atracción inequívoca, su convergencia invitadora, es un hit prehistórico. Despierta nuestro costado más bestial: el del acoplamiento en cuatro patas. Las tetas son un invento más reciente, son prosaicas. El culo, en
cambio, es lírico, musical, cadencioso, indiscernible del meneo de caderas, del ritmo, la batida de la bossa que retrata a la garota que se aleja en Ipanema.

Porque el culo siempre se aleja, siempre se va yendo, invitando a que lo sigan. Se mueve en dirección contraria de las tetas que siempre vienen y por eso suelen ser alarmantes, amenazadoras, casi bélicas (me acuerdo de las tetas de Afrodita, la novia de Mazinger Z, que se disparaban como dos misiles). Las tetas
confrontan, el culo huye, es elegía de sí mismo, se va yendo como la vida misma y deja tristes a los hombres pensando qué cosa más linda, más llena de gracia aquella morena que viene y que pasa con dulce balance camino del mar.

Las mujeres argentinas tienen orto, las colombianas jopo, las brasileras bunda, las mexicanas bote, las peruanas tarro, las cubanas nevera o fambeco, las chilenas tienen poto. O mejor dicho, las chilenas no tienen poto, según mis amigos transandinos que se quejan de esa falta y quedan asombrados cuando viajan por Latinoamérica. Yo mismo casi me encadeno a la muralla del Baluarte de San Francisco en el último Hay Festival de Cartagena de Indias para no tener que volver y poder seguir admirando el desfile incesante de cartageneras o barranquilleras cuyos culos altaneros merecían no este breve artículo sino un tratado enciclopédico o un poemario como el Canto General.

De las cosas que hacen las mujeres por su culo, la que más ternura me da es cuando lo acercan a la estufa para calentarlo. No lo pueden evitar. Pasan frente a una chimenea o un radiador y acercan el culo, lo empollan un rato. El culo es la parte más fría de una mujer. Siempre sorprende al tacto esa temperatura, el
frescor del cachete en el primer encuentro con la mano.

Durante el abrazo, se puede llegar a los cachetes de dos maneras. Una es desde arriba, si la mujer tiene puesto un pantalón, pero es dificultoso y lo ajustado de la tela impide la maniobra y la palmada vital. La otra forma es desde abajo y eso es lo mejor, cuando se alcanza el culo levantando de a poco el vestido, por los muslos, y de pronto se llega a esas órbitas gemelas, esa abundancia a manos llenas. En ese instante se siente que las manos no fueron hechas para ninguna otra cosa más que palpar esa felicidad, para sentir con todos los músculos del cuerpo la blanda gravitación, el peso exacto de la redondez terrestre.

Se suele pensar que, en el sexo, la posición de perrito somete a la mujer. Pero hay que decir que abordar por detrás a una mujer de ancas poderosas puede ser todo lo contrario: es como acoplarse a una locomotora, como engancharse en la fuerza de la vida, hay que seguirla, no es fácil, uno queda subordinado a su energía, hay que trabajar, darle mucha bomba, carbón para la máquina. Es uno el
que queda sometido a su gran expectativa, absorto, subyugado, vaciándose para siempre en la doble esfera viva de esa mantis religiosa.

Una vez vi un hombre de unos 45 años dando vueltas al parque, corriendo tras su personal trainer. Lo curioso es que era una personal trainer, y las calzas azules de esta profesora de gimnasia evidenciaban que tenía un doctorado en glúteos. Como el burro tras la zanahoria, el hombre corría tras ella sin pensar en nada más que ese seguimiento personal. No me sorprendería que a la media hora
hubiera un grupo de corredores trotando detrás, en caravana. La música de los culos es la del flautista de Hamelin. Los hombres, con su legión de ratones, van tras ella, hipnotizados.

Las mujeres saben aprovechar sus recursos. Yo trabajé en una empresa en el mismo piso que una arquitecta narigona (esas narigonas sexys) y con un "tremendo fambeco". Ella sabía que era su mejor ángulo y lo hacía valer, con unos pantalones ajustados que dejaban todo temblando. Era una de esas oficinas cuadradas, llenas de líneas rectas: el almanaque cuadriculado, la tabla
rectangular del escritorio, la ventana, los estantes, las carpetas de archivos. Un lugar irrespirable de no ser por el culo de la arquitecta que a veces pasaba camino a tesorería o a la fotocopiadora. Su culo era lo único redondo en todo este edificio de oficinas. Lo único vivo yo creo. Nunca intenté nada (se decía que tenía un novio), pero en una época yo pensaba escribir una novela con los acoplamientos heroicos que imaginé con ella. Una novela que iba a titular, con un guiño a Greenaway, "El culo de una arquitecta".

No escribí ni dos líneas de esa novela, pero sí algunos poemas que ella nunca leyó. Me acuerdo que la veía antes de verla, la intuía en un ritmo particular que tenía el sonido de sus pasos, un peso, un roce de la cara interna de sus muslos de falsa mulata. Cuando aparecía en el rabillo de mi ojo, ya sabía plenamente que se trataba de ella. Y pasaba y todo se detenía un instante, el memo, el mail, la voz en el teléfono, todo se curvaba de pronto, no había más
rectas, todo se ovalaba, se abombaba, y el corazón del oficinista medio quedaba bailando. No exagero.

Además era plena crisis del 2002. Todo se derrumbaba, caían los ministros, los presidentes, caía la economía, la moneda, la bolsa, caía el gran telón pintado del primer mundo, caía la moral, el ingreso per cápita, todo caía, salvo el culo de la arquitecta que parecía subir y subir, cada vez más vivaracho, más mordible, más esférico, más encabritado en su oscilación por los corredores,
pasando en un meneo vanidoso que parecía ir diciendo no, mirame pero no, seguime pero no, dedicame poemas pero no. Ojalá ella llegue a leer esto algún día y se entere del bien que me hizo durante esos dos años con solo ser parte de mi día laborable pasando con tanta gracia frente al mono de mi hormona.
Y ojalá se entere también que, cuando me echaron, lo único que lamenté fue dejar de verla desfilar por los pasillos respingando el durazno gigante de su culo soñado.

jueves, 7 de febrero de 2008

¿Será tan simple?

No, no puede ser tan simple, pero...

Hoy me asaltaba una vieja duda, acompañada de una vieja ocurrencia. Más allá del clásico cuestionamiento entre realidad y ficción, vigilia y sueño, que sigue atormentándome, me preguntaba sobre el cambio climático.

Tantos millones invertidos en energía renovable. Tantos esfuerzos, coordinación, descoordinación, intereses, verdades a medias, para acabar diciendo que lo que hay que hacer es reducir las emisiones de carbono tanto en países en desarrollo, como en países desarrollados, cuando todos sabemos que la mayor contaminación la provocan Estados Unidos y Europa. Y yo me pregunto: ¿no será posible dedicar recursos a la investigación para generar procesos que simulen la fotosíntesis?

Podemos hacer volar ni sé cuántas toneladas, podemos hacer volar el planeta entero por los aires, podemos ver fotos de planetas a millones de años luz, ¿y no podemos imitar el proceso de las plantas?

¿serviría eso para contra-restar las emisiones de gases de efecto invernadero?

martes, 5 de febrero de 2008

Carta desde la ingenuidad de un hijo

Me pidieron que escribiera una carta, sin darme ninguna pauta: ni extensión, ni a quién debía ir dirigida, ni nada que pudiera orientarme. Así que si, por el motivo que fuere, sientes próximas estas líneas o te identificas con ellas, si despiertan tu atención o un sentimiento de cualquier tipo, esta carta puede también ir dirigida a ti pero creo que, sobre todo, va dirigida a mí mismo.

Los seres humanos tenemos ciertas capacidades, podemos aguatar hasta determinado punto. Una vez alcanzado éste, nos damos cuenta de que hay personas a las que se les puede pedir más aún y otras a las que no hace falta pedírselo, porque de ellas sale regalárnoslo.

Yo lo he visto, lo he sentido, lo he vivido. He podido observar cómo una persona es capaz de aguantar ocho horas en el trabajo y aún dos más, y cuando parece que diez son muchas, se prolongan a doce y, visto que la carga es asumible, la jornada laboral computa catorce horas, de lunes a domingo. Pero, ¿de qué me extraño? No es tan raro… Aún se le pueden robar diez horas al día, para descansar.

O, tal vez, para preparar la cena de esa noche y la comida del día siguiente, para los niños, para tratar de ver cómo han ido las cosas en la ikastola –colegio-, arreglar problemas con los profesores, coser un parche en los pantalones y otro en la vida, día sí y día también, poner la mesa, recogerla, limpiar la ropa, la casa, acostar a los niños, mediar en sus discusiones y peleas, sonreír, descansar, cada día menos. Es entonces, después de años y más años, cuando un pequeño suspiro, casi imperceptible, que clama a gritos un “no puedo más”, se escapa de la boca de una mujer y uno se percata de que se trata de “la amá” –madre-, no de una mula, y es en ese momento cuando uno se sonroja, se avergüenza, por no haberse dado cuenta antes.

“La vida de uno no es lo que sucedió, sino lo que uno recuerda y cómo lo recuerda”, comienza Vivir para contarlo, la autobiografía de Gabriel García Márquez. Suscribo totalmente esta frase. Era yo un niño de nueve años, un tanto desconcertado, de pie ante un señor en cuclillas que me agarraba cariñosamente de los brazos, al tiempo que sus ojos, de mirar sosegado, tranquilizaban a los míos. “Pero Ayayi, ¿no te acordás de que cuando tenías seis años te contamos que la amá y yo nos divorciamos?”. Ese señor era el aitá, mi padre. Lo cierto es que yo no recordaba nada de eso, pero nunca me olvidaría de lo que acababa de ocurrir. Ignoro si le debo ese recuerdo a la memoria selectiva o quizás, a que con seis años uno no es consciente del significado del divorcio. El aitá era director de exportaciones, por lo que yo estaba acostumbrado a no verlo todos los días. Era habitual que estuviera fuera y recuerdo interminables horas en el balcón de casa, el día que se suponía que regresaba de viaje. Probablemente cada vez lo fuimos viendo menos. Al comienzo vivía en San Sebastián, después en Madrid, más tarde en el Puerto de Santa María, hasta que terminó regresando a Buenos Aires, con el ánimo de dar respuesta a un sentimiento de desarraigo que no podría desaparecer ya nunca.

Todo esto, desde luego que tendía unas consecuencias directas para mi hermano y para mí, pero quien más tuvo que soportar la carga física de esta situación, fue la amá. El hecho de provenir de Euskadi, en los tiempos en los que a ella le tocó vivir, imponía ciertas particularidades. En primer lugar, una familia racista. No es lo mismo casarse con un vasco, que con alguna persona de otro lugar. Pero ni qué decir tiene, que un sudaca, ni siquiera puede jugar en esta liga. Sumémosle además el desprestigio del divorcio. Y, ya que estamos, dos hijos que no son precisamente dos ángeles. “La vida es aquello que nos sucede, mientras nos empeñamos en hacer otros planes”, escribiría John Marshall Lenon. No sé si la amá tendría algún plan claramente trazado, pero apuesto a que no era éste. Sin embargo, con el cariño de los que tenía cerca y, sobre todo, con una fuerza que no creo que nadie llegue a saber nunca de dónde sale, siguió adelante. Hubo días duros, de tristeza, diferentes cortes de pelo, ceniceros que se llenaban de colillas y humo, mucho humo. No todas las decisiones fueron acertadas. En ocasiones, el agotamiento y malestar del trabajo, se colaban en casa. Por supuesto que hubo pequeñeces que, por ser la gota que colma el vaso, se exageraron sin medida. Hubo enfrentamientos, tal vez con el ánimo que tiene un niño de encontrarse a sí mismo y, al final, siempre, el cobijo de una madre eternamente preocupada por sus pequeños.

Esta carta que, sin pretenderlo, se está convirtiendo en un homenaje a la amá, es el relato de un hijo que ha crecido, como bien titularía Neruda en un bellísimo libro editado con fotografías en blanco y negro, en la ausencia; “Retrato de la Ausencia”. Porque, por mucho que la amá lo pretendiera, ella no podía, ni puede, hacer de padre y de madre al mismo tiempo; puede hacer de la mejor madre que un hijo podría soñar, pero sólo eso. Y, ese “sólo”, no viene a representar poco, sino único. Nadie podrá nunca sustituir la figura del aitá.

Mi hermano y yo tuvimos que aprender a sobrevivir. Desde muy temprano comencé a equivocar mi camino. Ante la infinidad de horas que pasaba la amá en el trabajo y la espera de que el aitá llegara de su próximo viaje, no sé aún por qué, consideré que mi hermano pequeño necesitaba que alguien le marcara el camino. Por supuesto que no tenía yo conocimientos para decidir qué era correcto y qué no, de modo que me limité a imponer mi poco acertado criterio. Muchas serían las veces en que Víctor me recriminaría que yo no era su padre, y muchas más las ocasiones en que trataríamos de acertar cuál sería la respuesta adecuada y qué habrían hecho nuestros padres ante tal o cual problema. Y así fueron pasando los años.

Si la amá representa vitalidad, fuerza, el aitá representa sabiduría, conocimiento. Es cierto que muchas veces no “estuvo ahí”, aunque le habría encantado, pero yo siempre lo llevé en mi corazón, y lo sigo llevando. Creo que la amá tuvo y sigue teniendo la sensación de habernos criado ella sola y, aunque lo intento, sé que no soy capaz de sentir la crudeza de esa situación. Sin embargo, no fue así. El aitá, con su ausencia, con el inequívoco peso que la escasez otorga a sus palabras, dejó impresa en mí cada una de sus lecciones. Una de ellas, recurrente a lo largo de mi vida, dice que ser héroe una sola vez, es fácil, cualquiera lo puede hacer; lo difícil es ser héroe todos los días. Por eso admiro tanto a la amá.

jueves, 17 de enero de 2008

La octava maravilla

Las manos que dibujan la existencia son muchas y dispares. La mano por excelencia, la que en su día creó las siete maravillas del mundo antiguo, la que, con certeza, dio origen a las montañas de heno que se alzan taciturnas junto a lagos y océanos en la irregular orografía de Río, la que hoy dibuja mis sueños en una realidad que contemplo con devota admiración, comenzó, hace veintiocho años, con un trazo sencillo. Un semicírculo era el inicio de una de esas creaciones que son recordadas por los siglos de los siglos, contempladas por los ojos de todos, envidiadas por la mayoría. El trazo proseguía, ininterrumpido; el primer semicírculo fue acompañado por otros cuatro pequeños tallos de rosa sin espinas, que servían de guía a un diminuto pie perfecto. El lápiz dibujaba un tobillo que daba origen a una pierna rosada, flexionada. El espejo de la mano izquierda de la perfección, siempre más lento, comenzó, con su labor de simetría, a dibujar la otra pierna del bebé que ya se intuía. De la creatividad, que hacía avanzar sin detener el melodioso recorrido de su mina, nació la más hermosa de las barrigas. Un hombro delicado y fuerte, femenino, era el inicio de un brazo sin defectos; el codo era algo puntiagudo, sin llegar a huesudo, simpático. La mano izquierda miró a la derecha, se estudiaron, ambas sabían lo que la otra pensaba; si el trazo seguía su camino perfecto, surgiría la duda: las manos de este bebé serían iguales a las manos que las estaban dibujando y, ¿quién sería entonces creador y quién creado? Un cuello fino, suave, sostenía con elegancia una carita redonda que el lápiz inventaba. La piel, dócil, era el pastel más dulce; los labios gorditos, tenían el gesto constante de estar enviando un beso. La nariz respingona, perfilada, daba seriedad a un mirar cálido de ojos hermosos del color de la miel. La mano que dibujaba estudió en silencio la punta del lápiz, se estudió a sí misma, a su universo; después de toda una noche de trabajo, llegó todo un día de contemplación. Estaba satisfecha. Sin embargo, día tras día, fue redibujando esta maravilla. Al ponerse el sol, borraba una línea no del todo cuidada, le añadía un milímetro, le perfeccionaba la sonrisa y, cada dos perfecciones, le aumentaba sutilmente el tamaño del corazón. Fueron pasando las puestas de sol, los meses y los años, la Diosa Creación se dio cuenta de que la niña se iba convirtiendo en mujer, de que tenía que comenzar a sugerir el pecho, delicado, redondo, de colorados pezones que despuntaran a la pasión, como despunta el alba a un nuevo día; el pubis se decoraba de bello y el calor interno se condensaría en un futuro no ya lejano para llover entre sus muslos, entre sus labios, entre jadeos y suspiros. Me fui a Egipto, visité el Nilo, las antiguas Pirámides, me detuve petrificado ante Giza. Cuando el sol se puso y la única sobreviviente de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo y yo nos quedamos frente a frente, pude observar como ésta se iba transfigurando, poco a poco. Una mano, con delicado cuidado, la acariciaba, la reinventaba. Entonces me miró y me explicó, que una maravilla se cuida cada noche, se estudia cada día, porque si no, desatendida, muere lentamente con un quejido en su boca, con un reproche. Le pregunté qué había sido de las otras seis y si no pensaba proseguir con su tarea. Me explicó lo que ya me había dicho y me hizo saber que la octava, la última, la más hermosa, me esperaba sin saberlo ella, sin saberlo yo. Es por ello, que hoy tengo, junto a mí, a la más bella persona, vestida de la más bella mujer. Cada noche la contemplo y cada mañana la admiro, sabiéndola un poco más maravillosa que ayer.

jueves, 10 de enero de 2008

Raquel

Saramago, con su genialidad, con su increíble imaginación, crea una novela cuyo título original reza "O Homem Duplicado". Curioso. A mí siempre me da la sensación de que mi realidad supera todas las ficciones que me rodean.

En esta ocasión, yo sentía que podía ser el protagonista copiado, o la copia del protagonista, con un par de salvedades. En primer lugar, la réplica no es física, es algo mucho más íntimo, soy yo, mi esencia, mi ser; la segunda, mi doble es una mujer.

La conocí hará cosa de dos años y desde el primer día percibí que la atmósfera vibraba cuando coincidíamos en un mismo espacio. Me alteraba su presencia, me inquietaba, me inquieta.

Una de aquellas primeras tardes, en la cafetería, ordené una manzanilla, algo bastante habitual en mí e inusual en la mayoría, que asocia estas hierbas con mal del estómago. A mí lado, una mujer hermosa de una estatura similar a la mía recibía su infusión al mismo tiempo: manzanilla. El ángulo de visión de más de 180 grados nos permite ver lo que sucede a nuestro lado, sin necesidad de girarnos. Sin embargo, la sorpresa me hizo moverme para confirmar que no estaba ante un espejo más esperpéntico que los de la calle del Gato; mi reflejo transfigurado en mujer, en la más bella de las mujeres, removía el azúcar que había vertido al mismo tiempo que yo, e inclinaba ligeramente la cabeza hacia la taza, para darle breves sorbos acompasados al ritmo de mis movimientos. Incluso cuando me volteé para mirarla se volteó ella de manera casi idéntica.

La conversación fue aún más curiosa que el reflejo de los movimientos. De pronto, se convirtió en un precipitado psicoanálisis, en el que ella me explicaba el por qué de mi falta de constancia y una serie de características de mi persona que en mi fuero más interno yo me reconozco y reprocho, pero ¿cómo podía ella saberlo? Inesperadamente, sin previa meditación, cuando concluyó su sorprendente alegato le espeté un: "¿por qué tratas de colocar en mí tus miedos, tus recelos, las dudas hacia tu persona?". No pudo más que sonrojarse y asentir; no pude más que aceptar mi inquietud tras mis mejillas coloradas.

Seguimos viéndonos casi a diario, pero cierto miedo por mi parte, quién sabe si por la suya, hizo que nos distanciáramos. Los días fueron conformando semanas y éstas a su vez meses. Antes de dejar de vernos, una tarde, me regaló un beso.

El trabajo, los viajes, las excusas, todo justificó una ausencia de año y medio. Estaba en casa, buscando Las Venas Abiertas de América Latina, que se lo quería regalar a un amigo, cuando se me apareció Saramago, casi provocante, preguntándome por mi hombre duplicado. La llamé. Entre caipirinha y caipirinha nos concedimos alguna confesión, hasta que todos los temores estallaron en la afirmación más esperada e insólita: "te miro a los ojos y me veo a mí misma... y eso me asusta". Lo pronunció ella del mismo modo que lo pude haber pronunciado yo. Y después, como dijera Sabina, para qué más detalles, Ya sabéis: copas, risas, excesos... Cómo van a caber tantos besos en esta narración.

El tiempo, siempre escaso, me arrastraba de su cama mientras yo me aferraba a ella. En esa batalla, perdida de antemano, su pregunta me distrajo: ¿A qué hueles?, ¿Yo? A mí... respondí, No, no hueles a eso, qué va, sentenció. La miré perplejo; ¿A qué huelo entonces? inquirí, ¿Tú? Tú hueles a mí y yo huelo a ti.

Con esas palabras que todo lo resumían, con ese mirar tan intenso, me perdí en sus ojos... o ella en los míos, nunca lo sabré. Conservo mi cuerpo de hombre y un alma de dudas. ¿Dónde se fue? ¿Dónde me quedé?

De cuando retrocedí catorce años en tres semanas

Aquella madrugada un amigo de la infancia me fulminó con una de las peores noticias que me podía dar, motivo por el cual, su segundo anuncio no lo asimilé hasta varias semanas más tarde: "vamos a organizar una cena de octavo de egb el 22".

Las casualidades de la vida, si es que existen, quisieron que yo anduviera de regreso por esa época, de modo que confirmé mi asistencia a tan pintoresco evento. Tenía plena conciencia de que hacía catorce años que no veía a varias de aquellas personas. ¿Cómo estarían? ¿Qué habría sido de ellas?

Me asaltó una duda: ¿No será como esos encuentros de las películas yankees en los que la gente empieza a presumir de sus logros? La idea me atormentaba. Decidí olvidar el asunto.

Era 21, me encontraba en compañía de mis mejores amigos, de pintxos por San Sebastían, el día de Santo Tomás. ¿Qué más podía pedir? La mejor compañía, el mejor día en mi mejor ciudad, el más bello de los sueños siendo vivido de forma consciente. A media tarde, entre txakoli y txakoli, nos encontramos con Ana y Ane, dos chicas de EGB a las que veríamos al día siguiente. Estuvimos hablando algunos minutos que a mí me parecieron horas y la conversación concluyó cuando Ana, tras hablar de la cena y demás, se dirigió a mí para preguntarme: ¿Pero tú ibas en mi clase?

¿Cómo que si YO iba en SU clase? No sólo me había borrado once años de historia (además de compartir egb, fuimos a la misma clase en Parvulitos) sino que además se apoderaba de la clase, SU clase. Se acordaba de los otros tres que pasaron con nosotros de párvulos a egb; ander, iker, mikel y a mí me había condenado al olvido.

Lo cierto es que no era un gran drama, no se trataba de alguien que importara en exceso, creo que la he visto en tres ocasiones en los últimos catorce años, pero no acordarse en absoluto...

Era día 22, quedé con Laura (mi mejor amiga) en el barrio para ir a la cena. Pensé que la moto no arrancaría, pero no lo pude comprobar, ya que no encontré las llaves. Nos acercaron en coche, llegamos relativamente temprano, en el momento ideal: ni estaban todos, ni éramos los primeros. Lo cierto es que no había reparado en la importancia del asunto hasta que comenzaron las conversaciones.

Tras saludar a los que ya estaban, empezamos a hablar sobre cualquier cosa. Como era lógico, la conversación se centró en la propia cena. Confesé que tuve una mezcla de sentimientos cuando pensé en asistir: por un lado, la curiosidad por saber qué habría sido de la gente; por otro, el pánico de encontrarme con todas aquellas personas que hacía tantos años me conocieron cuando aún era bastante vulnerable y no me había conformado como persona; por último, el morbo de todo esto. Al pronunciar estas ideas de forma tan abierta y despreocupada, di pie a que la gente empezará a confesar sus miedos. Miedo a asistir solos, por lo que algunos habían quedado en parejas para venir acompañados después de que algunas cervezas les ayudaran a envalentonarse, el terror que alguna sentía a ser la primera y tener que esperar, el horror que le producía a otro ser el último y tener que enfrentarse solo ante toda la clase...

Estas primeras charlas me hicieron comprender que ya habían pasado catorce años, que mucha tontería había quedado atrás, que, a nuestra manera, habíamos madurado en cierta medida y no necesitábamos seguir escudándonos tras una apariencia fingida para pasar lo más desapercibido posibles. La cena fue sorprendentemente bien; todos terminamos alegres, con algo de hambre, y muchos de nosotros algo bebidos. Como ya viene siendo habitual, no había autobuses, la parada de los taxis estaba a rebosar y nos tocó la caminata de hora y pico de regreso a casa. A mitad de camino a Laura no se le ocurrió nada mejor que esperar en la parada del bus, hecho que por supuesto produjo que yo me quedara frito en la marquesina y ella cagada de frío hasta que logró despertarme; no tuvo mayor consecuencia que la de sumar media hora más al tiempo que separa la fiesta en la parte vieja del reposo en el calor del hogar.

Llegamos a casa y había que cenar-desayunar algo, era imperativo. Laura se puso a calentar el pollo y yo me recliné en el banco de la cocina. Todavía alcancé a ver cómo lo colocaba en la mesa, antes de perder mi batalla con el sueño. Trató de despertarme nuevamente, pero esta vez desistió. Ya era demasiado para una noche. Me figuro que se despediría cariñosa, con un muxu, y se iría a tratar de descansar. Lo siguiente que recuerdo es que la amona (abuela) me despertó en la cocina y me sugirió dulcemente que quizás estaría más cómodo en la cama. Me incorporé, con la memoria fresca en la última imagen antes de caer dormido, observé el vacío en la mesa y todo cuanto pude pronunciar fue: ¿dónde está mi pollo?

La amona lo volvió a colocar en su lugar, entre risotadas, frío esta vez para que me lo pudiera comer antes de desfallecer.