jueves, 10 de enero de 2008

Raquel

Saramago, con su genialidad, con su increíble imaginación, crea una novela cuyo título original reza "O Homem Duplicado". Curioso. A mí siempre me da la sensación de que mi realidad supera todas las ficciones que me rodean.

En esta ocasión, yo sentía que podía ser el protagonista copiado, o la copia del protagonista, con un par de salvedades. En primer lugar, la réplica no es física, es algo mucho más íntimo, soy yo, mi esencia, mi ser; la segunda, mi doble es una mujer.

La conocí hará cosa de dos años y desde el primer día percibí que la atmósfera vibraba cuando coincidíamos en un mismo espacio. Me alteraba su presencia, me inquietaba, me inquieta.

Una de aquellas primeras tardes, en la cafetería, ordené una manzanilla, algo bastante habitual en mí e inusual en la mayoría, que asocia estas hierbas con mal del estómago. A mí lado, una mujer hermosa de una estatura similar a la mía recibía su infusión al mismo tiempo: manzanilla. El ángulo de visión de más de 180 grados nos permite ver lo que sucede a nuestro lado, sin necesidad de girarnos. Sin embargo, la sorpresa me hizo moverme para confirmar que no estaba ante un espejo más esperpéntico que los de la calle del Gato; mi reflejo transfigurado en mujer, en la más bella de las mujeres, removía el azúcar que había vertido al mismo tiempo que yo, e inclinaba ligeramente la cabeza hacia la taza, para darle breves sorbos acompasados al ritmo de mis movimientos. Incluso cuando me volteé para mirarla se volteó ella de manera casi idéntica.

La conversación fue aún más curiosa que el reflejo de los movimientos. De pronto, se convirtió en un precipitado psicoanálisis, en el que ella me explicaba el por qué de mi falta de constancia y una serie de características de mi persona que en mi fuero más interno yo me reconozco y reprocho, pero ¿cómo podía ella saberlo? Inesperadamente, sin previa meditación, cuando concluyó su sorprendente alegato le espeté un: "¿por qué tratas de colocar en mí tus miedos, tus recelos, las dudas hacia tu persona?". No pudo más que sonrojarse y asentir; no pude más que aceptar mi inquietud tras mis mejillas coloradas.

Seguimos viéndonos casi a diario, pero cierto miedo por mi parte, quién sabe si por la suya, hizo que nos distanciáramos. Los días fueron conformando semanas y éstas a su vez meses. Antes de dejar de vernos, una tarde, me regaló un beso.

El trabajo, los viajes, las excusas, todo justificó una ausencia de año y medio. Estaba en casa, buscando Las Venas Abiertas de América Latina, que se lo quería regalar a un amigo, cuando se me apareció Saramago, casi provocante, preguntándome por mi hombre duplicado. La llamé. Entre caipirinha y caipirinha nos concedimos alguna confesión, hasta que todos los temores estallaron en la afirmación más esperada e insólita: "te miro a los ojos y me veo a mí misma... y eso me asusta". Lo pronunció ella del mismo modo que lo pude haber pronunciado yo. Y después, como dijera Sabina, para qué más detalles, Ya sabéis: copas, risas, excesos... Cómo van a caber tantos besos en esta narración.

El tiempo, siempre escaso, me arrastraba de su cama mientras yo me aferraba a ella. En esa batalla, perdida de antemano, su pregunta me distrajo: ¿A qué hueles?, ¿Yo? A mí... respondí, No, no hueles a eso, qué va, sentenció. La miré perplejo; ¿A qué huelo entonces? inquirí, ¿Tú? Tú hueles a mí y yo huelo a ti.

Con esas palabras que todo lo resumían, con ese mirar tan intenso, me perdí en sus ojos... o ella en los míos, nunca lo sabré. Conservo mi cuerpo de hombre y un alma de dudas. ¿Dónde se fue? ¿Dónde me quedé?

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