martes, 25 de septiembre de 2007

de madres e hijos, de padres e hijas

Hubo un tiempo, un país, un cantautor. Salvador Allende presidía Chile y Víctor Jara cantaba en ton de protesta y de amor. Le cantaba a Amanda que la recuerda, con su pelo mojado, corriendo a la fábrica, donde trabajaba Manuel. Su sonrisa ancha, la lluvia en el pelo, no importaba nada, iba a encontrarse con él. La vida es eterna en cinco minutos, le canta y recuerda el sonido de la sirena. De vuelta al trabajo y ella caminando lo ilumina todo, los cinco minutos la hacen florecer. La recuerda en la calle mojada, corriendo a la fábrica, donde trabajaba Manuel. Iba a encontrarse con él, que partió a la sierra, que nunca hizo daño. Que partió a la sierra, y en cinco minutos quedó destrozado. Suena la sirena, de vuelta al trabajo muchos no volvieron, tampoco Manuel.

La letra transmite el dolor, la música transmite la pena, el conocimiento, genera angustia. Amanda y Manuel eran los padres de Víctor Jara. Víctor, sin ser él consciente, regaló de esta forma el nombre y la conciencia de su padre a miles de hijas en el mundo. El destino o la suerte me regalaron uno de estas estrellas que brillan con fuerza propia, como parte de un ideal superior de igualdad, derecho y amor. Por fin conocí a mi Amanda. La canción alimentaba las ideas de su padre antes de ser padre, y el día de darle un nombre a su creación más valiosa, a la continuidad de su vida, le transfirió el legado de una convicción por un mundo mejor; la llamó Amanda.

Hoy, esta niña de 30 años, de hermosos ojos gris esmeralda, de mirada despierta, de labios pensantes y sonrisa descarada, fuente de vida que emana inspiración, hoy, esta niña, que salió de una canción para crear mil cuentos, sabe que los ideales de su padre se resguardan en su seno, ya que alguien debe preservar una mirada fresca y reivindicativa ante un mundo que llama a la comodidad de las personas que envejecen.

Esta niña, hija del sueño de libertad que tantos persiguen, persigue su propio sueño, mientras otros la persiguen a ella, mitad por admiración, mitad por amor.

lunes, 10 de septiembre de 2007

¿japón?

Era media noche. Las voces se colaban a través de las puertas del McDonalds y resonaban en la plaza de Sol. Sentados en sillas de plástico probablemente fabricadas en algún país en vías de desarrollo por un coste inferior al de las propias vidas de las sub-personas que las crearon, tres amigos se reunión en torno a una mesa de igual material. Los helados que comían, que según dicen tienen más almidón que las propias patatas que vende este gigante transnacional, mantenían callado a uno de ellos.
C: ¿Y qué tal por China, tío?
A: La verdad es que muy bien, tío.
C: ¿Sí? No sé... yo creo que te has aburrido...
A: Qué va, tío, si acaso, me lo he pasado demasiado bien.
C: ¿Sí? ¿Y qué has hecho? ¿Cuál es allí la moneda? ¿El Yen?
A: Qué va, ésa es la moneda de Japón. En China es el Yuan o el Renmimbi. El Renmimbi representa la moneda nacional.
C: ¡Ah! Como aquí Juan Carlos...
A: Algo parecido...
C: ¿Y te has hecho alguna Geisha tío?
A: Qué va, tío, y si me la he hecho, no la he identificado. De todas formas, las Geishas también son de Japón.
C: Joder tío, pues qué mierda, no sé nada de China. China no me gusta.
F, en silencio hasta ese momento, interviene.
F: Ya tío, pero de Japón sabes un huevo. Deberías ir a Japón.

¿De qué sustancia están hechos los sueños?

Anoche vi "La ciencia del sueño", película que con toda tranquilidad se atreve a afirmar que "un buen sueño parte de pensamientos, reminiscencias del día, recuerdos del pasado, palabras bonitas y universales, canciones e imágenes."

¿Será así? No voy a entrar en la diferencia entre vigilia y sueño, no hoy. No voy a hablar de "las ruinas circulares" de Borges, ni de si Chuang Tze era una mariposa o un hombre, ni siquiera me voy a meter en el tema de los viajes astrales.

Sólo me pregunto: ¿Serán los sueños los restos de la vigilia? ¿De verdad están compuestos de nuestros desechos? ¿Se merecen semejante condena?

miércoles, 5 de septiembre de 2007

¿Por qué?


Podría intentar decir tantas cosas con respecto a esto que podría terminar por no decir nada. De modo que, voy a hacer de éste, un espacio para la reflexión.

Hay quien piensa que toda la parafernalia que representa la cooperación internacional no es más que un parásito que capta parte de los recursos que de otro modo irían directamente a las arcas de los políticos corruptos de los países en desarrollo. Incluso se puede llegar a leer que la cooperación internacional conduce a “sacarle dinero a los pobres de los países ricos para dárselo a los ricos de los países pobres”, en palabras del reconocido economista P. T. Bauer. Hay blogs interesantes que explican por qué los países pobres son pobres y por qué los países ricos son ricos, otros que explican cómo la riqueza provoca pobreza en el mundo, los hay que exacerbados claman los beneficios de la globalización y los que la tachan de condena...

¿Sirve de algo tratar de mejorar la situación de los seres humanos o por el contrario está en la naturaleza humana el egoísmo? Nietzsche hablaba de la supremacía del más fuerte y condenaba toda esta artificialidad que el ser humano ha creado. ¿Estaría en lo cierto? ¿Tiene sentido tratar de incidir en cambios estructurales, o sería más eficiente luchar por las pequeñas causas que tenemos al alcance? ¿Por qué India dona recursos a necesitados en otros países teniendo 800 millones de pobres en su propio país? ¿Por qué llamamos a un concurso de la tele para enviar dinero a Guinea cuando le negamos nuestra ayuda a quien nos cruzamos en la calle? La religión habla de culpa y de perdón, ¿será su influencia la culpa-ble?

Parece que nos dedicáramos a arrasar todo un jardín y después plantáramos un árbol para compensar. Es como si Paul Tibbets (piloto que lanzó sobre Iroshima la bomba atómica y que por cierto declara que lo volvería a hacer) ayudara a continuación a cruzar a una viejita por un paso de peatones. ¿Será que creemos que la naturaleza es capaz de compensar toda nuestra destrucción? ¿De completar el margen que el ser humano deja a su paso?

El otro día leí: la tierra en que vivimos, no la heredamos de nuestros padres, la tomamos prestada de nuestros hijos.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Libertad


Hace ya algunas semanas que Fran vino a visitar esta curiosa isla que a alguien se le ocurrió anexar al continente. A pesar de que digan lo contrario, uno no tiene más que recorrer este país para darse cuenta de que flota libre en el Pacífico. Quizás por eso lo llamen el Valle de las Hamacas, porque el océano lo mece, en ocasiones con violencia.
El legado de Fran comprende un profundo sentimiento de nostalgia, inenarrables momentos de alegría, anécdotas que se irán entrometiendo entre líneas y algunas fotografías de gran calidad. La que precede a este texto, fue tomada un día cualquiera, un día tan importante como todos, el que en su momento fuera el primer día, el único día de mi vida. Todos lo son. Fui partícipe del momento en el que esa fotografía era tomada. La vi más tarde en el visor de su cámara, en el explorador minimizada y también ampliada. Cada vez que mi pupila invierte esa imagen, mi cerebro se alerta por el horror de una prisión. ¿Quién podría vivir en esa situación de semi-esclavitud? ¿Qué lugar, qué estilo de vida, puede compensar tener que encerrarse en esas condiciones? ¿Cómo puede uno sentirse libre tras ese muro, bajo esos alambres, bajo esa telaraña eléctrica? Después me doy cuenta de que ésa, es mi casa; de que ésa, es mi vida. Y yo la elegí.