Hará unos seis años que desafié mi vértigo dejándome caer al vacío desde una avioneta. Es una sensación única. La velocidad es tal, que la impresión de la caída no genera temor, sino fascinación. Sin embargo, no recuerdo haber sentido que aquello fuera volar.
Esta tarde, en cambio, esa línea difusa entre vigilia y sueño volvía a perderse. Al igual que en esas noches de despreocupada alegría, he podido empezar a correr y sentir que a cada salto, mi contacto con el suelo era cada vez menor. Mis pies flotaban distancias más largas cada vez, hasta que me he tenido que detener. En un sueño, hubiera continuado hasta encontrarme nadando en el aire; sin embargo, hoy era mi primera lección de parapente y antes del gran salto, hay que detenerse.
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