Para los adictos a las pachecadas, llevo un par de días dignos de ser compartidos al detalle. Sin embargo, el cansancio y la pereza van a convertirlos en vagas descripciones.
A este país, le da por llover, ¡y le da! Eran las 14:00 y yo regresaba de almorzar, parecía que se venían unas gotitas, más gotitas, ¡una tormenta! No veía el momento de salirme del carro y llegar a la oficina. Me cansé de esperar. Una... dos... ¡a correr! Llegué al portón, a la caseta de los vigilantes, bastante mojado. ¿No tienen un paraguas? Claro, tome... y estaban todas las varillas rotas, sin excepción. Más que un paraguas, aquéllo parecía un saco impermeable que conseguía acumular toda el agua para lanzármela en su conjunto por mi espalda, pieranas, pies... ¡Qué horror! Me encontraba en mi despacho, empapado. La fotuna quiso que tuviera una camiseta que decía Rock´N Roll y un par de calcetines de repuesto. Mantuve los pantalones algunos minutos, hasta que decidí esconder mis piernas sólo protegidas por mis gallumbos, debajo de mi mesa. Todo cuanto podía pensar era: como entre alguien en estos momentos...
Se medio secó la ropa y mis niñas tenían partido, así que fuimos al campo. Nuevamente, algún desgraciado nos tiraba cubos de agua desde algún lado sin cesar. Aguanté así la hora que duró el encuentro y salí corriendo al coche. Pusé la calefacción al máximo y me quite todo salvo los gallumbos. Como me pare la policía... Y así llegué a mi nueva casa. Me acabo de mudar y los vecinos no me conocen, aunque si alguno me vio ya habrá comenzado a formarse una imagen. El portón de casa hay que abrirlo manualmente de modo que, en medio de la lluvia, un loco en gallumbos se baja del coche para entrar en su casa.
Al día siguiente, El Salvador sólo necesitaba a Noé para completar el cuadro del diluvio universal. No es que cayera el agua a mares, es que caían océanos enteros. Y ahí estaba yo, regresando a casa. Los coches se apeaban por el camino, incapaces de conducir ante la tempestad. Decidí seguir. Bajando la cuesta que está al lado de casa, vi un 4X4 detenido; no sé si pensé algo, si lo descalifiqué mentalmente o sencillamente lo ignoré, pero seguí bajando. Notaba algún tipo de resistencia; me detuve, intenté adivinar qué era, me acerqué a la luna delantera, pegué la cara, limpie el vidrio con el antebrazo, opté por bajar la ventanilla... ¡estaba enterrando el carro en un metro de agua!
Conseguí sacarlo con la marcha atrás. Llamé a Silvia, que vive por la zona, para ver cómo había conseguido ella llegar a casa. ¿Yo? Regresé temprano, aún no llovía... Pero ahora ¡me está entrando agua en la casa! No sabes lo que es... Esa noticia me inquietó. Recuerden que me acabo de mudar, ergo, ¡todo está en el suelo! Encontré un camino alternativo para llegar a casa; bajé por una calle que más parecía un río, había un carro estacionado al que el agua lo pasaba por un lado, por el otro, por debajo, por encima, todo hacía intuir que se lo iba a llevar en el momento menos esperado. Por fin me encontraba nuevamente ante mi portón. Tenía que bajarme del carro, pero otro río fluía terco entre mi coche y mi casa. Observé mis zapatos, se iban a empapar como los de ayer y no tendría con qué ir a trabajar; los calcetines, ¡también fuera!; el bajo de los pantalones, demasiado largo... ¡a quitárselos! Nuevamente en gallumbos, por segundo día consecutivo...
A saber qué pensarán mis vecinos. Si alguno me observa con atención se lo debe de estar pasando en grande.
A este país, le da por llover, ¡y le da! Eran las 14:00 y yo regresaba de almorzar, parecía que se venían unas gotitas, más gotitas, ¡una tormenta! No veía el momento de salirme del carro y llegar a la oficina. Me cansé de esperar. Una... dos... ¡a correr! Llegué al portón, a la caseta de los vigilantes, bastante mojado. ¿No tienen un paraguas? Claro, tome... y estaban todas las varillas rotas, sin excepción. Más que un paraguas, aquéllo parecía un saco impermeable que conseguía acumular toda el agua para lanzármela en su conjunto por mi espalda, pieranas, pies... ¡Qué horror! Me encontraba en mi despacho, empapado. La fotuna quiso que tuviera una camiseta que decía Rock´N Roll y un par de calcetines de repuesto. Mantuve los pantalones algunos minutos, hasta que decidí esconder mis piernas sólo protegidas por mis gallumbos, debajo de mi mesa. Todo cuanto podía pensar era: como entre alguien en estos momentos...
Se medio secó la ropa y mis niñas tenían partido, así que fuimos al campo. Nuevamente, algún desgraciado nos tiraba cubos de agua desde algún lado sin cesar. Aguanté así la hora que duró el encuentro y salí corriendo al coche. Pusé la calefacción al máximo y me quite todo salvo los gallumbos. Como me pare la policía... Y así llegué a mi nueva casa. Me acabo de mudar y los vecinos no me conocen, aunque si alguno me vio ya habrá comenzado a formarse una imagen. El portón de casa hay que abrirlo manualmente de modo que, en medio de la lluvia, un loco en gallumbos se baja del coche para entrar en su casa.
Al día siguiente, El Salvador sólo necesitaba a Noé para completar el cuadro del diluvio universal. No es que cayera el agua a mares, es que caían océanos enteros. Y ahí estaba yo, regresando a casa. Los coches se apeaban por el camino, incapaces de conducir ante la tempestad. Decidí seguir. Bajando la cuesta que está al lado de casa, vi un 4X4 detenido; no sé si pensé algo, si lo descalifiqué mentalmente o sencillamente lo ignoré, pero seguí bajando. Notaba algún tipo de resistencia; me detuve, intenté adivinar qué era, me acerqué a la luna delantera, pegué la cara, limpie el vidrio con el antebrazo, opté por bajar la ventanilla... ¡estaba enterrando el carro en un metro de agua!
Conseguí sacarlo con la marcha atrás. Llamé a Silvia, que vive por la zona, para ver cómo había conseguido ella llegar a casa. ¿Yo? Regresé temprano, aún no llovía... Pero ahora ¡me está entrando agua en la casa! No sabes lo que es... Esa noticia me inquietó. Recuerden que me acabo de mudar, ergo, ¡todo está en el suelo! Encontré un camino alternativo para llegar a casa; bajé por una calle que más parecía un río, había un carro estacionado al que el agua lo pasaba por un lado, por el otro, por debajo, por encima, todo hacía intuir que se lo iba a llevar en el momento menos esperado. Por fin me encontraba nuevamente ante mi portón. Tenía que bajarme del carro, pero otro río fluía terco entre mi coche y mi casa. Observé mis zapatos, se iban a empapar como los de ayer y no tendría con qué ir a trabajar; los calcetines, ¡también fuera!; el bajo de los pantalones, demasiado largo... ¡a quitárselos! Nuevamente en gallumbos, por segundo día consecutivo...
A saber qué pensarán mis vecinos. Si alguno me observa con atención se lo debe de estar pasando en grande.
1 comentario:
Nos gustaría leer el blog de tu vecino. ¿Qué opinará de su nuevo vecino pirado que vive en gallubos? ¡A nosotras nos ha encantado! Patx, nos has salvado la tarde aburrida de empolle que teníamos.
Muxu Patueko!
Miri y Lauri
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