jueves, 13 de diciembre de 2007

Pachecadas para adictos

Los que me conocen bien han desarrollado cierta dependencia hacia mis pachecadas. De hecho, los que me conocen bien fueron los creadores de este término. Se refiere a una de esas actuaciones en las que uno va tomando una decisión rídicula tras otra, hasta que obtiene el resultado más improbable de entre los improbables.

Voy a comenzar por la más breve y menos interesante: Carro en venta.

Tengo un coche de la marca Isuzu Rodeo, que ha sido sustituido por una Mitsubishi Montero que acabo de comprar. Por lo tanto, me veo en la necesidad de vender la Rodeo, que ha sido una gran compañera de fatigas en este primer año en El Salvador. Hará cosa de cuatro días que agarré betún blanco para zapatos y le planté en la luna trasera un S/V 78152010 que es como uno vende aquí los carros. Esto lo hice en el aparcamiento de la oficina, con cierta timidez de novato.

Al segundo día, en un cruce, el coche empieza a hacer algo raro, tiembla, parece que no le entraran las marchas, van bajando las revoluciones, se me cala. Es un coche automático, así que lo de calarse me desconcierta un poco. Consigo arrancarlo y llegar a la oficina. Salgo algo sorprendido, voy a trabajar y regreso al cabo de algunas horas, olvidado de la anécdota.

Cuando lo arranco nuevamente, parece no dar grandes problemas. Estoy llegando a la puerta de la salida, me encuentro con Claudia, conversamos unos minutos, nos despedimos y, cuando voy a salir del aparcamiento, temblores, revoluciones bajando, no entran las marchas, se cala. ¿Qué cojones le pasa al puto coche? Ahora que lo voy a vender empieza a fallar y se queda tirado bloqueando la puerta del aparcamiento...

Llamo a don José, mi mecánico, y le cuento mis penas. Él, que me conoce bastante bien, escucha en silencio, con atención y creo que conteniéndose la risa, hasta que, al final de mi discurso me pregunta: ¿Y tiene gasolina el coche?

Pachecada 2. De vuelta a casa después de una noche de fiesta.

Me despierto por la mañana, como a las 6, y veo que mi cuerpo se encuentra maltrecho en el sillón del salón, doblado, incómodo y dolorido. Me levanto como puedo, sin entender qué carajo hago yo en el salón vestido de traje y camisa y me encamino a mi habitación. Cuando comienzo a subir las escaleras, percibo un olor extraño que no sé de dónde viene. Me aproximo a la cocina y veo que la zona de los fuegos y el horno tiene una luz prendida. Ay ay ay. No he volado de milagro. Compruebo que no son los fuegos, sino el horno. Abro la puerta y me encuentro dos pedacitos de carbón. ¿Qué será? Por la forma y las ráfagas que llegan a mi cerebro, intuyo que dos pedacitos de pan con jamón, queso y pimientos carbonizados.

Vuelvo a subir las escaleras, meneando la cabeza en señal de reprobación a mí mismo,cuando empiezo a escuchar un pi pi pi pi pi. ¿Qué coño será eso? En fin, sigo subiendo las escaleras y me meto en la cama. El sonido no deja de molestar y bajo nuevamente, pero claro, cuando yo ando por ahí justo no suena. Resulta que pienso, será el horno, que se ha calentado demasiado, considerando que ha estado 5 horas al máximo de temperatura, y al tiempo que abro la puerta para que se enfríe pienso en la cuenta de la luz que me va a llegar. Estoy saliendo de la cocina y... pi pi pi pi... qué será, me asomo y en el micro parpadea un End end end end... ¿También el micro? Abro la puerta y me encuentro un puré de zanahoria. En ese momento caigo en la cuenta de que la noche anterior había salido, me habían dado las mil, llegué a casa, puse comida a calentar en horno y micro y me dije, en lo que se hace, voy a descansar al sofá...

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